Soy tu alumna

13. Mira quién está ahí.

SOY TU ALUMNA

Capítulo 13; Mira quién está ahí.

—Especial de la mamá de Noelia—

No cabe duda que perder a alguien que queremos nos duele, es una sensación de dolor que no podemos comparar con nada, es un vacío que queda para siempre, porque cada recuerdo por más bonito que sea duele, y duele tanto que nos hace sentir mal y con ganas de llorar.

Me ha dolido tanto perder a mi padre, no nos veíamos todos los días, pero siempre estuvo ahí, y lo que más me ha dolido es tener que ver a mis hijos llorar por la muerte de su abuelo, en especial a Noelia, desde que se enteró de la muerte de su abuelo no ha querido comer, quiere estar encerrada y no me gusta verla tan mal.

Seco mis lágrimas al escuchar que tocan la puerta.

—Pueden pasar.

Mi hijo entra con una pequeña sonrisa, le doy un beso en la frente y nos sentamos en la cama.

—¿Cómo estás, mamá?

—Ya te puedes imaginar, hijo, esto no ha sido fácil. ¿Y tú, cómo estás?

—Triste, no pensé que el abuelo nos dejaría tan rápido. La que me preocupa es mi hermana, la fui a buscar para irnos al entierro del abuelo y me dijo que no va, está bajo sus sábanas y luce mal, mamá.

—Ama a su abuelo, por eso le duele tanto lo que pasó, y es que nadie esperaba que esto pasara —me pongo de pie—. Iré a hablar con ella, no quiero que se deprima.

—No te alejes de ella, mamá, Noelia ha pasado mucho tiempo sola. No parece, pero te necesita más que nunca.

Asiento sin decirle nada más. No me siento una mala madre por haber dejado a mi hija tanto tiempo sola, desde niña me decía que le gustaba su espacio, y yo soy igual, podemos ser madre e hija, pero sabemos que hay espacios que nadie puede entrar en ellos. Claro que a veces pienso que la dejo mucho tiempo sola, pero no puedo quedarme sin hacer nada, no me gusta estar en un solo lugar.

No toco la puerta de la habitación de Noelia porque sé que no abrirá, así que empujo y entro. Está todo oscuro, prendo la luz y veo que está toda cubierta con su sábana, por sus sollozos puedo darme cuenta de que está llorando. Daría todo lo que tengo por borrar la tristeza que debe sentir, prefiero escuchar su risa y sus bromas con esa pizca de sarcasmo, que saber que está llena de dolor.

Me siento a su lado.

—¿Sabes que a mi papá no le hubiera gustado que su nieta favorita estuviera tan triste? Desde que eras una nenita te decía que tenías una sonrisa preciosa, que nunca dejaras de sonreír —no dice nada—. Lo hiciste tan feliz durante el tiempo que nos acompañó.

La rodeo con mis brazos, se quita la sábana de la cara y veo que está roja de tanto llorar, se acomoda en mi hombro y suelta el llanto.

—Ay, mamá, esto me duele mucho… Quiero al abuelo aquí —me dice entre el llanto—. No quiero que vayan a dejarlo solo, a él no le gustaba la soledad.

—Cariño, tu abuelo estará en un mejor lugar, no sabemos si aquí iba a sufrir —hago que me mire—. En dos horas debes estar en su entierro, debes venir con nosotros.

—No me pidas eso, mamá, te juro que no podré verlo en ese ataúd.

—¿Estás segura de que no quieres verlo por última vez?

—Me quedo con su última sonrisa, pero no iré a su entierro, no puedo porque me voy a derrumbar.

—Está bien, no te voy a obligar —aparto el cabello de sus mejillas, se le ha pegado por las lágrimas—. Quiero que sepas que siempre lo diste todo por tu abuelo, no quiero que sientas que le fallaste, fuiste la mejor nieta y él se fue sabiendo que lo amabas, porque no hubo un día en que no se lo dijeras.