EPÍLOGO Parte I

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Parte 1 de 3
Leo empezó a sentir la tensión en su cuerpo, el rancho estaba lleno, gente iba y venía por todas partes y aunque sabía que nadie que no debiera estar ahí entraría, desde que se levantó esa mañana sintió la sensación de que algo sucedería, era por eso que había decidido reforzar la vigilancia, y nadie que no estuviera en su lista de invitados se colaría, y no lo harían porque eran varios filtros los que deberían pasar antes de ingresar, aún cuando se tratara de gente del pueblo, o rancherías cercanas.

Por supuesto estarían todos los Hombres de la Sierra y sus respectivas familias. Todos eran como hermanos y como tales se apoyaban, incluso en eventos sociales como este.

Él no era de realizar eventos de esas magnitudes, pero era el cumpleaños de su esposa y era tan querida en la región que de algo pequeño que ellos querían hacer, se convirtió en algo de grandes proporciones, durante una parte de la tarde, le habían dado cabida a todo aquel poblador que quisiera felicitarla, y agradecerle por lo que ella había hecho en la pequeña clínica que finalmente él había construido en las inmediaciones del rancho para que la gente de los alrededores tuviera acceso a la medicina, y ella pudiera desarrollar su carrera y poner en práctica sus capacidades y desarrollar su labor altruista.

Todos habían salido ganando con ese lugar, porque ya no necesitaban viajar hasta el pueblo que no estaba cerca y la atención que se les prestaba era inmejorable, no es porque fuera su esposa, pero no había ningún médico tan capaz como ella.

_ Me lo dices porque me ves con ojos de amor. - le decía ella cada vez que él se lo mencionaba.

_ Te lo digo porque es la verdad. - le contestaba él. - toda esa gente que hace fila a diario lo confirma. - decía. Y era verdad, incluso gente del pueblo empezaba a acudir a ella, y de otras regiones mucho más alejadas. _ Eres buena. - le sonreía y luego la tomaba entre sus brazos sellando sus palabras con un tierno y apasionado beso

Todo había sido maravilloso, pero ahora mismo no la encontraba y la angustia lo empezaba a invadir. A estas horas ya solo quedaba la gente de confianza, sus amigos y familias, toda la gente que entrara al rancho esa tarde había salido, él personalmente se había asegurado de ello, empezaba a oscurecer, había buscado por todos los rincones, solo le faltaba un lugar.

Sin pensarlo se dirigió hacia aquel conjunto de edificios, el lugar no era muy grande, pero cumplía perfectamente con las funciones que se requería, en ese momento estaría vacío porque no contaba con ningún paciente internado, solo permanecería el guardia que vigilaba el lugar durante la noche.

Al verlo el guardia, un hombre mayor, lo saludo y le sonrió, entonces supo que todo estaba bien, se dirigió hacia donde ella llevaba su consulta. El lugar estaba de lo más tranquilo y silencioso, con cuidado abrió la puerta sin hacer ruido y ahí estaba, tan hermosa como siempre, a su lado su pequeña paciente contenía un sollozo mientras ella terminaba de colocar una bandita sobre su raspada rodilla.

Él las miró, su esposa se veía cansada y no era para menos, había sido un día sumamente agitado y más para ella, en su condición, y aunque era muy fuerte, le pareció que algo no andaba bien.

_ ¿Qué hacen mis amores? - se acercó a ellas.

_ Papi... papi... - corrió la pequeña y se hecho a sus brazos. Él la recibió con amor. _ ¿Te hiciste daño? - la miró revisando su herida.

_ Si. - contesto con un puchero.

_ Pero ya la curamos. - se acercó Daniela. _ ¿verdad pequeña? - le sonrió.

_ Si. - contesto ella más aliviada. - mi mami me curó. - dijo en su precario lenguaje de poco más de un año.

_ Mami merece un premio. - dijo poniéndose de pie con su hija en brazos y acercándose a su esposa. _ te amo. - le dio un ligero beso y la rodeó con su brazo libre.

EL AMOR PROHIBIDO DE ESE HOMBRE QUE ME MIRA//No.1️⃣3️⃣Serie:HOMBRES DE LA SIERRADonde viven las historias. Descúbrelo ahora