Te despierta con besos

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—T/n—. Lisa gimió mientras se frotaba el sueño de los ojos. —Tu alarma.

El molesto pitido no paraba. Era lo que la había despertado hacía un momento. El sol brillaba a través de las cortinas y a pesar de los gritos de tu nombre que salían de sus labios y de los rayos dorados del sol que iluminaban la habitación, seguías profundamente dormida.

El sonido de tu despertador era molesto, así que se acercó a ti y lo apagó. Se dio cuenta de que la manta te envolvía la cintura, así que dejó que su mano se deslizara por debajo de tu camisa para recorrer tu espalda con los dedos.

—T/n. Es hora de levantarse.

No dijiste ni una palabra, no moviste ni un dedo, seguías profundamente dormida. Pasó sus labios por tu omóplato y luego por tu cuello. Pasó los dedos por tu columna y empezaste a moverte un poco. Se dio cuenta de que te estabas despertando, a juzgar por el crujido de las sábanas al estirar las piernas y la sonrisa que se dibujaba en tus labios y que intentabas ocultar, pero no podías. No cuando ella rozaba tu piel con sus labios.

—¿Ya estás despierta?

Se hizo el silencio durante unos segundos; sólo el sonido de tus suaves respiraciones y sus labios moviéndose a lo largo de tu hombro cortaban el cómodo silencio en el aire.

—No.

Soltó una risita y se inclinó para besarte la mejilla. —Creo que sí.

Negaste con la cabeza, pero Lisa insistió. Te esperan días muy ajetreados. Ella deseaba tanto como tú que pudieras volver a acurrucarse la una con la otra y volver a dormir. Pero, por desgracia, no era el caso. El sol brillaba, los pájaros cantaban; había amanecido y las dos tenían que abandonar la comodidad y el calor de su cama compartida.

Ella te puso boca arriba. Abriste los ojos un poco, sólo para ver a tu adorable novia.

—Despierta—. Murmuró y empezó a besarte en la cara, lo que te hizo reír y retorcerte debajo de ella. Se rió contigo mientras te rozaba la cara con los labios, desde debajo de los ojos hasta la punta de la nariz y, por supuesto, los labios.

Le rodeaste el cuello con el brazo y soltaste un suspiro triste.

—Estoy despierta, tristemente.

Ella asintió y apoyó su frente contra la tuya.

—Lo sé. Las dos tenemos días ocupados, pero volveremos a estar juntas esta noche—. Besó tu mejilla, sonriendo contra tu piel suave y besable.

—¿Me despiertas con besos más a menudo?"

—Felizmente—. Soltó una risita. —¡Vamos! Al que madruga Dios le ayuda—. Te animó y te tomó de la mano para sacarte de la cama. Aunque el día acababa de empezar, ya estaba deseando que terminara para volver a casa contigo.

Lisa Imaginas Donde viven las historias. Descúbrelo ahora