Perdida

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No podías creer que te estaba pasando esto.

Miraste a la gran multitud de personas que pasaban a tu lado mientras caminaban por la gran ciudad de Seúl y continuaban con su día mientras que estabas teniendo uno de los peores que hayas vivido.

Eres nueva en Corea. Solo te mudaste aquí hace un par de días para un nuevo comienzo en la vida, que es algo que necesitabas desesperadamente.

Decidiste salir de tu apartamento e ir a comprar algunas cosas que necesitas de las tiendas.

Como no conoces el camino, unos de tus nuevos vecinos te acompañaron.

Pero en algún lugar del camino, los perdiste y ahora estás varada.

Para empeorar las cosas, tu teléfono está perdido, así que no sabes cómo llamarlos, ni a nadie, para que te ayuden a encontrar el camino y eso te hace entrar en pánico.

—¿Disculpe? Necesito ayuda—. Hablaste con una de las personas que caminaban en tu dirección. —No estoy segura de dónde estoy. ¿Puedo usar tu teléfono?

—No—. Dijeron antes de pasar junto a ti, continuando con su día.

Lo intentaste un par de veces más con algunos otros extraños, rogándoles que te permitieran usar su teléfono para que pudieras encontrar el camino de regreso a tu apartamento.

Pero todos tenían la misma respuesta que la primera persona con la que te encontraste.

No.

Cerraste los ojos y respiraste profundamente mientras el último extraño al que le preguntaste se alejó, negándose incluso a decirte una palabra en respuesta a tu pregunta.

Te sentiste abrumada e insegura de adónde ir y qué hacer.

Y no sabías lo que ibas a hacer.

Solo hizo que tu mente se acelerara más, lo que aumentó el pánico que sentías.

Pero entonces, una voz atravesó la ansiedad que sentías al ayudarte, por fin.

—Puedes usar mi teléfono.

La voz te sonaba bastante familiar.

Y cuando abriste los ojos y miraste a la chica que estaba parada frente a ti, te diste cuenta de porqué.

Era Lisa.

—Aquí—. Ella sonrió mientras te sostenía el teléfono para que lo tomaras. —Adelante, llama a quien necesites. Tómate tu tiempo para explicar la situación, así no te abrumarás más. Está bien—. Ella aseguró.

—Muchas gracias—. Suspiraste aliviada y tomaste su teléfono con cuidado.

Llamaste al número de tu vecino y tomó un par de timbres antes de obtener una respuesta.

—¿Hola?

—Oye. Es T/N—. Dijiste y los escuchaste soltar escapar un suspiro de alivio al otro lado del teléfono.

—Gracias a Dios. ¡Pensamos que te había pasado algo malo! Te he estado llamando y enviando mensajes de texto. ¿Por qué llamas desde este número desconocido y a dónde fuiste?

—Te lo explicaré más tarde. Pero solo quería saber si podrías venir a buscarme. Todavía no sé orientarme. Estoy perdida.

—Por supuesto. ¿Dónde quieres encontrarnos para que te lleve?

Miraste a tu alrededor antes de mirar a Lisa.

—Espera—. Dijiste antes de hablar con Lisa. —¿Conoces algún restaurante cerca?

—Sí. Hay un gran lugar al final de la calle.

Ella te dijo el nombre de la misma, que luego le dijiste a tu vecino.

—Te veré allí en un rato. Solo espera.

Le agradeciste antes de terminar la llamada y devolverle el teléfono a Lisa.

—¿Todo está bien?

—Sí. Gracias de nuevo por dejarme usar tu teléfono—. Dijiste y observaste sus ojos brillar.

—No hay problema. ¿Cuál es tu nombre, por cierto?

—Oh, soy T/n—. Dijiste y ella sonrió.

—Es un placer conocerte. ¡Soy Lisa!

—Encantada de conocerte a ti también, Lisa—. Dijiste, mirando sus ojos marrones mientras se fijaban en los tuyos por un momento.

—¿Irás a ese restaurante del que te hablé?

—Sí—. Tú dijiste. —Voy a esperar a mi vecino allí.

—¿Tienes hambre?—. Ella preguntó.

—Sí, más o menos.

—¿Qué tal si te compro algo?

—Oh, no, no podría pedirte eso.

—Bueno, no me lo estás preguntando. Yo sí—. Ella sonrió. —E insisto. Voy a tomar algo para comer de allí de todos modos porque tengo una hora más o menos entre mi apretada agenda. Me encantaría que me dejaras comprarte algo. Puedes quedarte y hacerme compañía y contarme cómo te quedaste varada en primer lugar.

El almuerzo con Lisa sonaba demasiado bueno para rechazarlo.

Además, era imposible que le dijeras que no a esa sonrisa en su rostro, temerosa de que la hicieras caer y se convirtiera en un ceño fruncido que simplemente no desaparecerá por algún tiempo.

—Está bien. Me gustaría eso. Gracias.

—No hay problema. Vamos, quédate a mi lado para que no te pierdas de nuevo.

—Que graciosa—. Dijiste y ella se echó a reír, haciendo que tu corazón se acelerara mientras caminabas con ella hacia el restaurante al final de la calle.

Lisa Imaginas Donde viven las historias. Descúbrelo ahora