No le dices que no te sientes bien

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—¿Estás lista para irnos?—. Le preguntaste a Lisa, enviándole tu mejor sonrisa brillante mientras llegabas al último escalón. Aunque intentabas ocultar lo enferma que te sentías realmente, cada vez te resultaba más difícil hacerlo.

El sudor se te acumulaba cerca del nacimiento del cabello y te dolía un poco el estómago. Pero, como esta cita era la primera en las últimas dos largas semanas que habíais compartido, te negabas a echarte atrás.

Pero Lisa estaba empezando a ver a través de ti. Ella te conoce como la palma de su mano y puede decir fácilmente cuando te sientes mal. Sus pensamientos eran de preocupación y podías ver en su mirada lo preocupada que estaba por ti.

—Sólo si estás segura de que puedes hacerlo. No parece que te sientas muy bien, cariño—. Habló en voz baja y te puso la mano en la frente, frunciendo el ceño cuando se dio cuenta de que estabas un poco más caliente de lo normal. —No tienes fiebre, pero estás un poco caliente. Cariño, por favor, si no te encuentras bien dime la verdad. Sé que hace un par de semanas que no hemos podido salir por todo lo que está pasando pero habrá otras noches.

Sacudiste la cabeza y tragaste grueso, tratando de ignorar la creciente incomodidad que sentías por el dolor de estómago y la sensación de malestar cada vez más intensa.

—Estaré bien. Quiero irme. Estaba deseando que llegara esta noche.

Ella suspiró y te acarició la mejilla cariñosamente antes de asentir.

—De acuerdo. Sólo si estás segura—.  Dijo y te tomó la mano. Se la llevó a los labios para darte unos besos en los nudillos antes de soltarla y empezar a rozarte la piel con el pulgar de forma suave.

El trayecto hasta el restaurante no está lejos. A menudo es el lugar al que van la mayoría de las noches. Está cerca de casa, pero es acogedor y romántico. Normalmente, disfrutas del trayecto. Pero esta noche fue diferente. Cualquier bache que encontrabas te hacía morderte el labio con la esperanza de poder contener los gemidos y quejidos que salían de tus labios.

No tardaron en llegar y Lisa tomó tu mano alegremente entre las suyas para guiarte al interior del restaurante. El olor del interior siempre te hacía agua la boca y te hacía esperar con impaciencia la deliciosa comida que devorarías en sólo unos minutos. Pero esta noche se te hacía agua la boca  por un motivo totalmente distinto. Se te revolvía el estómago y, aunque la comida siempre es bastante sabrosa, esta noche parecía y olía todo lo contrario.

—Vamos, nena—. Lisa te apretó la mano y tú la seguiste hasta un reservado cerca del fondo; uno que, por suerte, estaba alejado de la multitud del interior. Tomaste asiento frente a ella y observaste cómo abría el menú con entusiasmo. Aunque suele pedir siempre lo mismo, le puede ganar la curiosidad y le gusta probar cosas nuevas de vez en cuando.

Tú abriste el tuyo y te tomaste un segundo para hojearlo antes de cerrarlo rápidamente, ya que cada cosa que leías por encima te hacía sentir náuseas.

—¿Estás bien?—. Lisa preguntó, tomando tu mano desde el otro lado de la mesa, notando cómo el color parecía estar escurriéndose de tu piel rápidamente.

—Si, bien—. Dijiste, apretando su mano a cambio y optando por pedir algo pequeño y sencillo, haciéndolo pasar por que no tenías mucha hambre esta noche.

Pero cuando la comida estaba delante de ti, todo se volvió demasiado abrumador para ocultarlo. Intentaste tomar el tenedor y darle un par de mordiscos, pero lo soltaste rápidamente cuando se te revolvió el estómago.

Lisa tampoco había tocado el suyo todavía, porque había estado demasiado ocupada observándote. Hurgaba en su comida sin pensar. Oyó un quejido salir de tus labios y te vio apoyar la frente en el antebrazo.

Lisa Imaginas Donde viven las historias. Descúbrelo ahora