CAPÍTULO 15

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POV DIANE

Los minutos se convirtieron en horas, las en días y los días en semanas. Y yo, yo seguía atrapada en esta mansión: 

Mi relación con Maxine fue mejorando en ese proceso ya que era con la que más compartía mi tiempo. Era una chica amable y curiosa, aunque no era muy habladora.

En cuanto a las hermanas, Alexandra empezaba a no querer estrangularme cada día y de Selene, bueno, no puedo decir lo mismo. Solo sé que se empeñó en que me quedase a dormir con ella en su habitación con la excusa de vigilar la mejora de mis costillas. Aunque debo decir que a veces me escapaba a mi habitación y me acostaba allí. Con la misma excusa sobre mi dolor de costillas, me libraba siempre. Sin contar que, apenas las veía por casa gracias al aumento de trabajo en sus trapicheos entre bandas y demás negocios ilegales, causando que pasasen más tiempo fuera y eso me daba algo más de tranquilidad.

En cuanto al tiempo que pasaba en la mansión "a solas" –ya que Víctor siempre estaba vigilando todos mis movimientos. –Comprobé que las hermanas tenían una gran biblioteca en una de las muchas habitaciones. Leer no era mi pasa tiempo favorito, no obstante, no había mucho más que hacer allí, puesto que estaba privada de todo contacto exterior y electrónico. Así que aprovechaba las mañanas en las que los únicos ruidos que se oían en la casa eran los míos y la escolta desperdigada por la mansión. Como método de entretenimiento, y cuando ya me había terminado de leer todos los libros en inglés, decidí empezar con el Alaití.

Mi estancia en este lugar iba a ser larga, Selene lo dejó más que claro. No obstante, sumergirme por las palabras extrañas y utilizando a Víctor para que fuese mi voz del Google traductor personal y a método de venganza pronunciar las palabras mal para que se irritase, en cierta manera, me ayudaba a desconectar.

No había ni un solo día en que no pensase en mis amigos, pero sobre todo en mi padre. Solo me tenía a mí y yo a él. Éramos como Jake y Katie de padres a hijas siempre el uno para el otro. Y ahora, yo no estaba.

Siempre lo llamaba después de una misión y él a mí, cuando aún podía hacer misiones de cuerpo a cuerpo. Después, cuando se retiró, él mismo me llevaba y recogía de las misiones civiles en las que no se corría ningún riesgo. Ahora, ni siquiera sabe si estoy bien o si aún sigo viva. Para ser sinceros yo tampoco podía saberlo y eso, me mataba.

–¿Estás bien? Estás algo decaída. –me pregunta Max inocentemente. 

No podía decirle nada, aunque quisiera. No porque no lo entendiera, de hecho, era una chica bastante inteligente y espabilada, pero no me sentía a gusto hablar de ello.

No podía dejar que esa chica, que tanto admiraba a sus hermanas, dejase de hacerlo porque a mí me habían arruinado la vida.

Yo no era así.

Incluso con eso tampoco podía. Las palabras no saldrían de mi boca sin llevarse lágrimas de por medio. No dejaría que me viesen vulnerable. Solo me haría daño a mí misma y pondría en riesgo a los que me importan. Así que opté por la opción más fácil.

–Sí ¿Qué decías? –pregunté viendo como sacaba su cuaderno.

–Bueno en historia nos han dicho que hagamos un árbol genealógico de nuestra familia y... me preguntaba si podrías ayudarme.

–Claro. Seguro que en la biblioteca hay algún libro de tu familia...

–Me refería a si me podías ayudar con lo de la familia. Apenas recuerdo a mis padres y mis hermanas no quieren involucrarse. –me interrumpió. Tragué en seco. No sabía que decirle. –Entiendo que no me quieras ayudar... –murmuró en un hilo de voz tan bajo que de no ser porque estaba a su lado no la hubiese oído.

No sé si fue sus ojitos de corderito o su voz quebrada, pero acepté. Sus ojos se iluminaron y rápidamente abrió su cuaderno y cogió un lápiz, lista para apuntar lo que sea que quisiese apuntar.

–¿Cómo se llaman tus padres y en qué trabajan o trabajaban?

–Mi padre se llama Bartolomé Dorian y mi madre Diane, como yo. Ambos trabajaban en las fuerzas armadas de Estados Unidos. Mi padre se jubiló hace dos años por culpa de una lesión en la espalda, aunque sigue yendo a reuniones diplomáticas y sociales.

–¿Y tu madre?

–Ella... bueno murió en un atentado contra las fuerzas armadas cuando yo tenía diez años. –dije tragándome las lágrimas. 

Era la primera vez que lo decía en alto, ya que todos a mi alrededor lo sabían y se limitaban a no sacar el tema.

–Lo siento. –dijo bajando la vista hacia su cuaderno, avergonzada. –aunque sea las palabras más odiosas del mundo.

–Sí bueno, en situaciones como estas ponen a prueba el lenguaje. –bromee intentando desviar de tema.

Max alzó la mirada y me miró con los ojos aguados. Entonces caí en cuenta. Este tema era uno bastante delicado para una niña cuyos padres habían fallecido hace relativamente poco.

<<¡Felicitaciones Diane has conseguido el premio Nobel a la torpeza!>> aplaudió mi conciencia.

–Yo... también lo siento... —murmuré.

–Sentirlo no harán que vuelvan. –dijo secándose las lágrimas y volviendo a poner su coraza de niña fría e insensible.

Mordí mi labio inferior, nerviosa.

No quería que Maxine cerrase su coraza conmigo. No sabiendo lo bien que íbamos.

–Retener las lágrimas es otra manera de guardar el dolor para luego, pero en un tiempo, de tanto guardar ese dolor te acabará consumiendo. Llorar no es malo, nacimos llorando y seguiremos llorando el resto de nuestra vida. Llorar es un método para liberar el dolor que tenemos en forma de gotas de agua, para luego enfrentarnos a él. –dije apartando un mechón rebelde de su mejilla. –Llorar nos hace fuertes.

El pecho de Maxine chocó contra el mío envolviendo con fuerza mi cuello entre sus brazos y apoyando su cabeza en mi hombro. La rodee entre mis brazos, mientras ella se abrazaba a mí con más fuerza.

Si no hubiese sido por los espasmos de su cuerpo contra el mío y por el hueco de mi cuello del que se había apoyado, ahora húmedo, jamás hubiese adivinado que estaba llorando y eso me rompió.

Imaginé todas las noches que Maxine hubiese llorado sola en su cuarto, en silencio, con tal de no despertar a sus hermanas, imaginé que, con el paso del tiempo como había aprendido a llorar sin hacer ningún ruido y de todo el sufrimiento que llevaba las lágrimas consigo. 

La abracé con más fuerza.

–Estoy aquí para lo que necesites, Maxine. –dije sobando su espalda y besando su cabeza.

—Max. —murmuró entre lágrimas. —Puedes llamarme Max.

Sonreí para mis adentros. Había conseguido que Max me hubiese dejado llamarla por la abreviatura que solo las hermanas y amigos íntimos la llamaban.

Estuvimos así por un par de minutos hasta que ella se separó.

–No... —su voz sonaba quebrada. –No se lo digas a mis hermanas, p-por favor.

–¿Decirnos el qué? –preguntó Selene desde el umbral de la puerta con los brazos cruzados y mirándome con una ceja enarcada, en sus ojos emanaban una furia desgarradora.

Mierda.

TATUAJES DE SANGREDonde viven las historias. Descúbrelo ahora