CAPÍTULO 23

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POV DIANE

Una alarma a mi lado me sobresaltó. Selene gruñó posponiendo la alarma. Miré la alarma de la mesita de noche. Cinco y cuarto. Selene apenas había dormido dos horas seguidas.

Últimamente las hermanas tenían tanto trabajo que a Alexandra solo la veía para cenar y a veces se iba  a dormir directamente. Si no fuese porque dormía en la habitación con Selene tampoco la vería, ya que venía a las tantas de la madrugada, tan agotada que nada más tumbarse en la cama se dormía, sin contar que se marchaba temprano, como ahora.

Su excesivo trabajo me preocupaba. Algo tramaban y un mal presentimiento me carcomía por dentro. Tras unos minutos la alarma volvió a sonar y Selene gruñó y se removió para levantarse. Se fue al baño a ducharse y yo me disponía a dormirme de nuevo cuando un sonido salió del móvil de Selene, iluminando la pantalla. Dispuesta a apagar el móvil me di la vuelta y lo cogí. Lo que me sorprendió no fue que en vez de ser una alarma era una notificación de un número desconocido, sino lo que ponía en el mensaje:

El águila se perdió en la playa.

Fruncí el ceño, estaban hablando en clave, de eso seguro, ¿Pero de qué?

Dejé el móvil en la mesilla de noche, cuando oí la puerta rechinar. De ella salió Selene envuelta en una toalla de cuerpo, pequeña y el pelo húmedo. Su mirada se posó en mí y una sonrisa agotada asomó de sus labios.

–Buenos días. –dije, mientras me sentaba en la cama y quitaba las legañas de mis ojos.

–Buenos días. –me respondió, apoyándose con los nudillos en el borde de la cama, en frente mío depositando un beso suave y lento al principio, pero a medida que el beso se alargaba, también se intensificaba. Mi espalda chocó contra la cama y Selene se subió encima de mí apoyando uno de sus brazos a cada lado de mi cabeza y otro en su toalla, reí.

–No sé porque te tapas, ya te he visto entera. 

Selene paró de besarme para mirarme directamente a los ojos con un brillo que no supe identificar.

–¿Ocurre algo?

Pregunté, a lo que ella me respondió:

—Creo haber oído esas palabras antes. –insinuó entre besos.

–Pues mándame la ubicación del creador y le compro los derechos de autor. –su sonrisa se ensanchó y se abalanzó de nuevo a mis labios.

–Voy a irme. –me susurró sensualmente. —antes de que cambie de idea y acabe quitándote ese sexy pijama.

–Te esperaré hasta que vuelvas.

–No lo hagas. Llegaré tarde. –hice un puchero a lo que Selene agregó. –Prometo recompensártelo cuando termine.

–¿Puedo saber qué te tiene tan ocupada? –pregunté y crucé los dedos mentalmente para que me lo dijera. Tal vez me diese una idea del mensaje de su móvil o del proyecto Metrópoli. Ella me miró en silencio, analizándome. –Voy a pensar que tienes un amante.

–Yo no me conformo con uno.

–¿Me engañas con dos? –fingí sorpresa.

–Uno por cada día del mes.

–¿Y yo qué mes soy yo?

–Bueno, tú eres un caso VIP. –me sonrojé al instante. –Fuiste julio, agosto y ahora eres septiembre.

¡¿Ya estábamos en septiembre?!

Miró su móvil y bufó.

–Me tengo que ir, sigue durmiendo. Todavía es temprano para ti. –se despidió dándome un beso en la frente.

Cuando la puerta se cerró, solo pude dar vueltas a la cama pensando en el mensaje en clave.

El águila se perdió en la playa.

[...]

Después de que Selene se fuese no pude dormir así que me desperté para tomarme el desayuno. Me encontré a Max, deambulando como un zombie por los pasillos y con una manta que le tapaba de la cabeza a los pies.

La menor de las hermanas estaba bastante extraña, ya que, aunque seguíamos haciendo sus deberes, pero cuando los terminaba ya no hablábamos de su día a día, ni me contaba anécdotas graciosas del instituto como antaño hacía. Era como si estuviese apagada.

Desayunamos en silencio y después, Max salió corriendo a la camioneta porque no llegaba al instituto. La casa se quedó en completo silencio y algunos sirvientes salieron para limpiar la casa. Yo por mi parte no sabía qué hacer, así que me escabullí de las manos de Víctor y me recorrí la casa, cosa que no había hecho antes por temor a ser descubierta y porque Víctor me pisaba siempre los talones, impidiéndome entrar en algunas partes de la mansión.

Estuve andando durante lo que me parecieron horas, hasta que subí al último piso. Al parecer nadie había entrado allí desde hacía mucho tiempo, ya que todo estaba lleno de polvo y mantas.

Entré dentro y el olor a polvo y a cerrado inundó mis fosas nasales. Abrí un poco la puerta y me adentré dentro. En una esquina, al fondo del cuarto, había un ventanal y cerca de él un sillón. Me senté y el polvo que se levantó me hizo toser. Recorrí la habitación con la mirada hasta que una especie de mueble extraño, cubierto por una manta blanca, me llamó la atención.

Quité la manta y mi sorpresa fue tal, que no pude resistirme a abrirlo. Era un piano de cola. Pasé la mano sobre las teclas sin apoyarlas. Retiré mi dedo y me llevé una capa de polvo. Sin duda este sería mi escondite. Alejado y apartado del mundo.

Me pasé la mañana y parte de la tarde limpiando y barriendo todo con la ayuda de Antoinette, la anciana que ayudé a llevar los platos del desayuno el día que Selene y yo fuimos a la pista de hielo.

Cuando terminamos, la habitación tenía un aire al estilo de la época victoriana, gracias a sus muebles, el sillón y el piano gris por el polvo, acabó siendo de un marrón color caoba precioso.

Tuve una época en la que quería ser artista y aprendí todo tipo de arte de pintura en óleo, tocar instrumentos, danzas, mitos griegos, incluso la fotografía. Todo lo que se me pudiese ocurrir en ese momento lo aprendía.

Así que nada más terminar de limpiar, me acerqué al piano y empecé a tocar dance macabre y dejándome llevar por la melodía. Realmente me encantaba esa canción y en este momento, esos intervalos donde las notas suben en el estribillo y luego vuelve a una danza tranquila, me recordaba a la vida que estaba llevando:

Una melodía echa de notas altas y bajas, intervalos de silencio o de chillidos tan fuertes que se volvían insoportables.

Tres aplausos lentos a mi espalda me hicieron temblar. Me alejé del piano cerrándolo con rapidez y el miedo me hizo temblar al ver que no era ni Víctor, ni Max, ni ninguna de las hermanas o sirvientes.

Era un hombre alto, de unos cincuenta años, que se mantenía bien musculoso, con cabello canoso y ojos azules, imponentes, y con un brillo de malicia que te hacía temblar. 

El brillo característico de un Ivanov.

–Desde la muerte de Marila, no había oído semejante melodía en esta casa. Te felicito, tu destreza es envidiable, aunque dudo mucho que una sirvienta pueda tocar el piano de la difunta señora Ivanov. –dijo con un atisbo de burla y desprecio en su voz hacia mi persona que no me gustó ni un pelo.

¿Quién demonios era ese hombre?

TATUAJES DE SANGREDonde viven las historias. Descúbrelo ahora