CAPÍTULO FINAL

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POV DIANE

Tres vueltas de campana.

Eso es lo que había dado el coche de Selene antes de estamparse contra el hielo. Debería sentirme aliviada después de saber que Selene estaba muerta. Al fin y al cabo, esa era mi misión:

Acabar con el Arpía Rojo cueste lo que cueste.

Sin embargo, no me sentía bien. Ni por asomo. Me sentía miserable y nadie parecía entenderme. Se suponía que Selene era alguien que merecía morir por todos los crímenes que había cometido. Por todo lo que me había hecho.

Creo que en el plan de mi padre y de la central, jamás se creyó en la probabilidad de que el soldado encomendado de realizar la misión, acabaría enamorándose de un criminal. A decir verdad, yo tampoco.

Hasta que vi el coche blanco saltar fuera de la carretera.

Estaba en el agujero de la valla, el mismo que había hecho el coche de Selene al salir disparado por la carretera y luego de ver su coche, donde habíamos tenido tanto buenos como malos momentos, dado la vuelta con el techo aplastado, las ventanas echas trizas y un charco de sangre esparciéndose sobre el hielo. El contraste del color de las rosas carmines con el blanco y bello del paisaje, era... surrealistamente bello.

Toda esta situación era surrealista. Aún no podía creer que era ella la que había conducido ese coche.

Volví a la realidad al escuchar el llanto desgarrador de Alexandra a lo lejos. Los agentes de la SIEU la habían sacado a la fuerza del coche y ahora mismo pataleaba contra los dos agentes que la sujetaban y la metían a base de electro-shocks en el coche patrulla, detenida.

La interrogarían y después la condenarían a cadena perpetua o a la silla eléctrica. Dependería de cuánto hablara a cerca de los atentados y los planes que tanto Selene como ella tenían.

–Buen trabajo, soldado. –me felicitó mi padre con Attius en brazos. Sonriéndole. Se había enamorado de mi hijo nada más verlo.

–¿Buen trabajo? –escupí, para luego despegar la vista de la mancha de sangre y mirarle a él y a mi hijo. Mis ojos se aguaron y un nudo comenzó a formarse en mi garganta. –acabo de matar a la madre de mi hijo. No me digas que he hecho un buen trabajo, porque no es así.

–Diane...

Dejé de prestarle atención cuando divisé en una de las ambulancias la cabellera castaña de Max. Estaba sentada en el borde de la ambulancia, con la cabeza apoyada y sus brazos abrazando sus rodillas y la mirada perdida en el suelo.

Me acerqué dando zancadas hacia ella. Cuando llegué, mi vista se había nublado por las lágrimas, mientras que Max ni siquiera despegó la mirada del suelo aún con las secuelas del shock.

–Supongo que solo quedamos tú y yo. –murmuró mirándome a los ojos.

TATUAJES DE SANGREDonde viven las historias. Descúbrelo ahora