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Frustrado, molesto, indignado y muy provocado, es como el gran Raven se siente.
Bufa, luego de ver como Jimin, su "esposo" sube al elevador cargando a su sobrina. Entra de nuevo a su enorme oficina, siendo visto por los ojos juzgones y prejuiciosos de su asistente.

—Te lo diré de una vez por todas —habla la pelinegra, luego de haber cerrado la puerta de la oficina. —Cancela el maldito contrato con ese chico, y busca a alguien más —suelta la mujer.

—No voy a cancelar nada, espero y escuches bien, porque no volveré a repetírtelo —la confronta Jeon.

—Pero que es lo que te sucede, Raven —espeta sorprendida, caminando hacia él—. Dejas que te hable de esa manera, que te alce la voz, que te provoque, que me insulte y que te amenace con divulgar todo. Cancela el maldito contrato, y compra a alguien más.

—Te dije que no —alza un poco su voz, Jeon. —Joy, no te metas en mis asuntos privados —le pide el pelinegro.

—Asuntos privados. ¿En serio? —dice con sarcasmo la mujer—. Él no es parte de tu vida.

—Si lo es. Mierda, es mi esposo, firmamos un estúpido contrato que nos hace esposos, y sabes que Joy —se acerca por completo a la pelinegra. —No dejaré que ese chico me haga quedar mal frente a todo el mundo —se aleja de su asistente, camina hasta su silla de cuero, toma su saco, lo sacude y luego se lo talla.

—Espera, ¿a dónde crees que vas? —se interpone en su camino la pelinegra.

—A casa —responde, posando sus manos sobre los hombros escuálidos de la mujer.

—No, no, no, aun tienes trabajo. Ni lo pienses.

—No lo estoy pensando, lo estoy haciendo.

Mueve el cuerpo delgado de la mujer hacia un costado.

—¿Y qué se supone que haga con el resto de tus reuniones? —lo cuestiona molesta.

—Haz tu trabajo Joy, para eso te pago —camina hasta la puerta, abre, sale y cierra de un portazo su oficina.

A pasos rápidos camina hasta el elevador, ignorando por completo a su ardiente secretaria.

Saca las llaves de su Ferrari, y entra sin tener idea de lo que está haciendo.

Conduce a la velocidad que los semáforos y el resto de carros le permiten, por alguna extraña razón no deja de pensar en lo en sexi, atrevido, provocativo y molesto que se ve el castaño frente a él, la mayoría del tiempo.

Apaga el motor de su auto, toma la llave, abre la puerta y sale, el encargado de sus autos lo recibe. Jeon le lanza la llave y luego sube los tres escalones para entrar a su casa.

Cruza el pasillo que da a la sala, desabotona su saco, lleva sus manos a su cintura en forma de jarra, cierra sus ojos y se queda en silencio intentando escuchar la voz de su sobrina o la de Jimin.

Hace un sonido extraño con su boca, abre sus ojos encontrándose con una de las sirvientas.

—¿Dónde está mi esposo? —pregunta, llevando su mano izquierda a su rostro, pellizcando con su dedo índice y pulgar el puente de su nariz.

—En su habitación, joven Raven.

Sin agradecer, gira sus pies un poco cambiando su rumbo.

Camina hasta las escalera, para luego empezarlas a subir una por una, intentando descifrar, ¿qué es lo que está por hacer? ¿Y por qué lo hace?

Se detiene frente a su habitación, gira el pomo y abre, dándose cuenta que está vacía y todo debidamente ordenado.

Suspira, se gira y de nuevo mira a la sirvienta.

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