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—Vamos, muchachos, solo digan un precio —insistió Teodora, dirigiéndose a dos guardias—

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—Vamos, muchachos, solo digan un precio —insistió Teodora, dirigiéndose a dos guardias—. Solo pido que me dejen sola una hora, nada más.

Ambos guardias se miraron nerviosos, intercambiando miradas de duda.

—Con todo respeto, princesa... No podemos permitirnos esa clase de ofensa hacia el rey —respondió uno de ellos con voz temblorosa.

—Nuestro deber es cuidarla a usted, princesa —añadió el otro, intentando sonar firme.

Teodora tensó los dientes, completamente disgustada, pues sabía que sus custodios no cederían por temor a su padre.

—Veo que mi padre elige bien a sus soldados —Teodora vigiló que nadie viniera mientras permanecían en una esquina cerca de la biblioteca—. Lástima.

Resignada, Teodora solo pudo pensar en recurrir a la vieja confiable: los libros. Con decepción, ingresó a la biblioteca y se detuvo en la sección de historia, buscando libros sobre New Moon y eligiendo un par.  

Una vez satisfecha con su elección, Teodora echó un vistazo por encima del hombro y notó a los dos guardias malhumorados.

—¿Por qué esas caras? ¿Aburridos? —preguntó Teodora, con una sonrisa divertida—. Si tan solo hubiesen aceptado no estuvieran rodeados de libros, muchachos.

—Por favor, su alteza, ignore nuestra presencia —balbuceó el guardia rubio—. Estamos aquí para asegurarnos de su seguridad.

Teodora soltó una carcajada, complacida de ver que estaban aburridos; lo tomó como un pequeño desquite hacia ellos. Con esa misma hiperactividad, se desplazó con gracia y se acomodó en un sofá de terciopelo con tonos crema, dejando que sus extremidades se relajaran en la comodidad del mueble.

Después de un breve instante de pausa, Teodora se lanzó sin dilación a reorganizar el desordenado papeleo sobre la mesita de noche, sustituyéndolo por la pila de libros que capturaron su interés.

Fue entonces cuando Teodora notó la ausencia de Karen.

—¿Alguno de ustedes dos sabe dónde está mi doncella? —Teodora alzó la voz con un toque de curiosidad—. Porque no recuerdo en qué momento o cómo desapareció.

—Alteza, creo que la mandaste a buscar unas flores del jardín —dijo el guardia con cicatrices en el rostro.

Las mejillas de Teodora se tiñeron de rubor al recordar el pequeño encargo que había dado a Karen como una excusa para distraerla. Sin embargo, fue en vano porque no logró lo mismo con los guardias.

—Cierto... —murmuró Teodora, sintiéndose un tanto avergonzada—. Pero ahora que lo pienso, no recuerdo haber preguntado sus nombres. ¿Podrían decirme cuáles son? ¡No, espera! Intentaré adivinar.

Teodora dirigió una mirada curiosa al guardia con cicatrices, notando su torso fornido y su piel marcada por las batallas, aspectos que lo hacían parecer un auténtico hombre de guerra.

Los Siete Sacrificios [EN CORRECCIONES ✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora