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Leyó la carta por última vez, amando el escrito que llenaba su corazón de calidez, consciente de que debía quemarla para evitar dejar evidencia

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Leyó la carta por última vez, amando el escrito que llenaba su corazón de calidez, consciente de que debía quemarla para evitar dejar evidencia.

No deseaba que alguien encontrara la carta y descubriera que la diosa del inframundo y la heredera de New Sun mantenían un romance, ya que eso complicaría mucho la situación.

Así que, con un pesar profundo, volvió a doblarla y la acercó a la vela, cuya llama comenzó a consumirla con una fragilidad sorprendente; la tinta se desvanecía en las lenguas ardientes del fuego, como si nunca hubiera sido escrita, borrando su existencia.

Solo las cenizas quedaron junto al recuerdo en el pecho de Teodora, porque pase a que un sabor agridulce la envolvía, sentimientos confusos la perturbaban. No sabía cómo debía sentirse; eran demasiadas emociones simultáneas, demasiados sucesos, y le parecía que no merecía permitirse sentirse siquiera un poco bien.

Su alma estaba hecha añicos, pero la pasión que Hela desencadenaba en ella era como un renacimiento, una tempestad a la que ansiaba enfrentarse. La diosa esmeralda y el primer Dios parecían haberla desamparado, mientras que Hela se alzaba como la única deidad que genuinamente la anhelaba.

Teodora se hallaba en un estado de absoluta vulnerabilidad, entregándose sin reservas a los ardientes encantos de Hela, como si no hubiera otra opción en el mundo.

—¡Hora del almuerzo! —cantó una mujer y Teodora reconoció que era Leah.

Los ojos de la princesa se iluminaron al divisar un rostro familiar en medio de aquel infierno. Se acercó presurosa a los barrotes de su celda, con la mirada fija en la llegada de Leah, quien caminaba junto a un guardia a cierta distancia.

—¡Leah! Es un alivio verte. ¿Cómo están las cosas afuera?

—Lamento mucho, princesa Teodora, pero solo puedo hablar contigo en cuestiones relacionadas con el almuerzo.

La sirviente de confianza se inclinó para depositar la bandeja en el suelo de piedra, al alcance de Teodora en la celda. Aunque la decepción se hizo visible en los iris de la princesa, Leah extendió su mano y la tomó con firmeza, impidiendo que Teodora se alejara.

—Disimula, princesa —susurró Leah, volviendo a poner sus manos en la bandeja.

Teodora, desconcertada, simuló tomar comida y asintió.

—Como bien sabes, las cosas están un verdadero desastre, y no encontramos a la señorita Eva —continuó Leah, asegurándose de que el guardia no estuviera mirando—. Pero la Diosa Hela envía esto —dijo mientras sacaba una carta de uno de sus bolsillos.

Un cosquilleo similar a mariposas revoloteó en su estómago al relacionar a Hela con otra carta. Sin dudar un instante, arrebató la carta del agarre de Leah y la ocultó en su puño, doblándola con cuidado para que el guardia no notara nada.

Los Siete Sacrificios [EN CORRECCIONES ✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora