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Cinco gotas descendieron sigilosamente desde el techo húmedo de la mazmorra, como las lágrimas de un olvido profundo

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Cinco gotas descendieron sigilosamente desde el techo húmedo de la mazmorra, como las lágrimas de un olvido profundo. Seis gotas. El sonido de cada una reverberaba en la penumbra como una melodía solitaria. Siete gotas. Teodora permanecía allí, aprisionada en su soledad, sumida en la tarea de contar las gotas con una obsesión que crecía como una enredadera incontenible.

Desde que Hela se había esfumado en la pasión de su encuentro, Teodora solo hallaba refugio en la compañía de esas gotas, y cuando perdía la cuenta, se precipitaba en un abismo de oscuridad para resurgir y comenzar de nuevo. La monotonía del goteo era su único eco con el mundo exterior, una metáfora viva de su propia prisión, donde el tiempo parecía haberse detenido.

No obstante, en medio del aburrimiento, la locura y el dolor que la envolvían, un sentimiento, ajeno y recién nacido, flotaba en el pecho de Teodora. Era un sentimiento que no había experimentado antes.

Ella esperaba sentir vergüenza, culpa o miedo, pero en cambio, una sensación de amor se alzaba en su interior como una suave brisa que erizaba su piel. Esta emoción inesperada cobró vida gracias a la íntima conexión que había compartido con Hela horas atrás.

Como si un hechizo mágico hubiera transformado su prisión en un lugar donde el amor podía florecer, Teodora se encontró a sí misma atrapada no solo por las paredes de piedra, sino también por los latidos de su corazón enamorado.

—¡Llévenlas al segundo aposento principal, al balcón real, sin demora! —resonó la voz de Fastus, descendiendo por la escaleras.

Con celeridad, Teodora se puso de pie y se aproximó a los barrotes que parecían ser su única esperanza de libertad.

El sonido metálico de las armaduras de los guardias resonaron, acompañado de sus pasos firmes y decididos. El ruido se acercó, cada vez más cerca, hasta que finalmente, Viktor y Kevin emergieron frente a ella.

—¿Al balcón del palacio? ¿Qué anunciarán allí? ¿Guardias?

Ninguno de ellos pronunció palabra. Kevin se enfocó en extraer las llaves y desbloquear el candado, con una expresión de comprensión y tristeza en su rostro. Mientras tanto, Viktor parecía carecer de empatía hacia Teodora.

Un crujido estremeció los huesos de Teodora, revelando que el candado había sido liberado. Con brusquedad, una mano grande se cerró en torno a su brazo, tirándola con fuerza fuera de la lúgubre celda. Entretanto, Kevin dio unos pasos hacia por el pasillo de piedra con una expresión curiosa en su rostro, sorprendido por la inquietante quietud que reinaba en las celda de Eva.

—¿Dónde se encuentra la princesa Eva? —inquirió Kevin, frunciendo el ceño.

—¿Qué quieres decir? Es obvio que está allí —respondió Viktor, desconcertado.

Los Siete Sacrificios [EN CORRECCIONES ✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora