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—Debes comer, no te hagas la rebelde —sugirió la general que la vigilaba, cortante

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—Debes comer, no te hagas la rebelde —sugirió la general que la vigilaba, cortante.

Teodora optó por ignorarla y se quedó absorta en el resplandor del fuego que tenía delante.

—Como quieras, dejaré la porción por si te retractas —dijo la general, marchándose.

La princesa miró el pan a su lado y lo juzgó con la mirada, debatiendo si comerlo o no. Su estómago gruñó en respuesta, por lo tanto, decidió probarlo. Los grilletes en sus muñecas le dificultaron la tarea, pero consiguió su propósito.

Hela había desaparecido después de dejarla en un carruaje plateado con una general bastante intimidante. Ya había amanecido y estaban descansando, según su acompañante. No se molestó en cuestionar a donde iban o por qué la diosa de New Moon la había dejado con una desconocida. Pero de acuerdo con lo que veía y podía recordar, estaban regresando por el mismo camino que había tomado cuando huyó.

Su cabeza estaba llena de dudas y preguntas. Y ahora que estaba atrapada nuevamente, y esta vez a manos de la misma diosa Hela, sentía un manojo de sensaciones en el estómago: curiosidad, pánico, ansiedad y adrenalina. Mientras más intentaba huir de los problemas, más se enterraba en ellos. Quiso cuestionar e intentar saciar su curiosidad, pero decidió que para su bienestar lo mejor era mantener la boca cerrada. Así que se limitó a observar su entorno y esperar a que su nueva vigilante regresara, además de comer.

—Veo que tomaste la decisión correcta. Tu cuerpo se iba a desplomar a ese paso —rió la desconocida mientras acomodaba un gran escudo redondo en su espalda—. Ya es hora, tenemos que irnos.

Teodora la vio acercarse para tomarla del brazo, y así aprovechó la oportunidad para analizarla. Tenía cuernos, músculos y medía casi dos metros de altura. Su figura era intimidante, sin duda alguna. Lo que más llamó su atención fueron las grandes espadas en su cadera. La base era roja y contenía dientes humanos, además de dibujos demoníacos por todo el filo, lo que le provocó escalofríos, ya que no estaba acostumbrada a tales cosas.

Caminaron hacia el carruaje y ella la obligó a subir. Teodora, a regañadientes, obedeció. Se propuso mirar las hermosas vistas, ya que no pudo hacerlo cuando escapó, por obvias razones. Era lo único bueno que tenía en esos momentos. Ni siquiera tenía su don, ya que estaba bloqueado misteriosamente. Trató de usarlo varias veces, pero resultaron ser intentos inútiles. Consideró formular un plan y buscar alguna solución que la ayudara o la sacara del problema en el que se metió. Pero su mente estaba demasiado agotada para pensar con claridad, sin mencionar sus malestares físicos.

En ese estado era débil e inútil, ella lo sabía. No había manera de escapar, aparte de que sus posibilidades de ganar contra su captor eran nulas. Por lo tanto, se rindió y dejó caer la cabeza hacia atrás, permitiéndose descansar.

Así pasaron las horas: ella miraba al techo mientras escuchaba el trote de los caballos. El aburrimiento la consumía, hasta que, en un arranque de valentía, se decidió a hablar.

Los Siete Sacrificios [EN CORRECCIONES ✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora