[34] [Parte 2]

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La princesa, inmersa en un profundo sueño, se revolvió en la cama, sobresaltada por el estruendo de truenos que parecían arrebatarle el alma. Con un latido acelerado, llevó la mano a su pecho, aterrada por el repentino rugido del cielo.

Afuera, detrás de las cortinas y la ventana cerrada, un cielo nublado y oscuro dominaba el reino, acompañado de una lluvia infernal que agregaba un toque de frío al clima, erizando los vellos en la piel de Teodora.

Dentro del dormitorio, la oscuridad era total, y la ausencia de Hela se hacía más evidente con cada movimiento del reloj, como si cada tic-tac fuera un recordatorio de la promesa. No había regresado.

Ya era muy tarde, y Teodora no podía esperar más. Ella lo haría sola.

—Espero no decepcionarte, Hela... —dijo Teodora, saliendo de la cama y poniendo en marcha el plan que había ideado antes de dormirse.

Con la certeza de que Viktor yacía en la muerte, Teodora supo que no había guardia vigilando su puerta. Aprovechando la oportunidad, escondió el cofre bajo la cama y, con sigilo, abandonó la habitación, tomando precauciones para que su movimiento pasara desapercibido ante cualquier posible observador.

Avanzó silenciosamente por el corredor, cada paso calculado y preciso. Las sombras danzaban a su alrededor, pero ella se movía con la confianza de quien ha entrenado toda una vida para esta misión. La puerta de roble al final del pasillo parecía la entrada a un mundo secreto, un santuario de trofeos esperando a ser explorado.

Con cuidado, giró el picaporte y se deslizó con sigilo a través de la entrada. Lo que encontró la dejó sin aliento. El salón estaba bañado en una luz tenue que resaltaba los trofeos que adornaban las paredes. Cabezas de animales exóticos, espadas legendarias y objetos misteriosos se alineaban en estantes y vitrinas.

Ella sabía que debía encontrar el objeto que tanto ansiaba, la legendaria gema que Hela le regaló al Rey, y estaba segura de que en ese lugar debía estar. Con un suspiro, se sumergió en la vasta colección de trofeos, decidida a encontrarlo.

Después de una búsqueda que pareció eterna, finalmente encontró el cofre familiar que Hela le había ofrecido aquella noche al rey. Con manos temblorosas, desplegó el cofre y reveló un deslumbrante diamante con tonos de grises y un rojo intenso, una gema que parecía capturar la esencia de la noche y el fuego.

Ella acarició la gema con asombro, y como si fuera un acto de magia, la joya comenzó a brillar de una forma espectacular, llenando la sala con destellos que parecían contener secretos ancestrales.

Conocía que el diamante tenía el poder de desvelar su destino, y quizás, encontrar la conexión con el símbolo misterioso que llevaba en su propio cuerpo.

—Por favor, haz realidad mi deseo. Muéstrame mi destino y el significado del símbolo en mi piel.

La gema permaneció inexpresiva, sin revelar secretos ni cumplir promesas.

—Es simplemente decepcionante —dijo Teodora, la desilusión pintada en su rostro.

Exhalando, volvió a su lugar, y se rindió.

Sabía que Hela encontraría la solución.

Sin embargo, justo cuando se acercaba a la puerta, una sensación aterradora la invadió. Sintió como si su sangre dejara de fluir, sus pulmones se detuvieran y su corazón, el único órgano que aún latía, palpitara con una fuerza incontrolable. Su piel se volvió pálida como la luna y gélida al tacto, como la de un cadáver recién descubierto. Quedó paralizada, con los ojos en blanco, desconectada de la realidad que la rodeaba.

Los Siete Sacrificios [EN CORRECCIONES ✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora