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—No deberías estar aquí, ¿verdad? —escuchó decir a Demeter con un tono desafiante

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—No deberías estar aquí, ¿verdad? —escuchó decir a Demeter con un tono desafiante.

Teodora se volteó rápidamente sobre sus talones y esbozó una media sonrisa, tratando de ocultar su incomodidad. Se dio cuenta de que el sarcasmo era una característica inherente al príncipe.

—Visitaré a Natasha —respondió Teodora, entrecerrando los ojos debido al sol que le impedía ver con claridad—. No he tenido la oportunidad de visitar su lápida desde la tragedia.

En realidad, no había tenido el coraje para hacerlo.

Estaba en el jardín, durante la hora del almuerzo. El ambiente a su alrededor estaba impregnado de un silencio sepulcral, desolado y tranquilo. En ese momento, pudo permitirse olvidar, aunque brevemente, la amenaza del asesino que acechaba en las sombras. Sin embargo, su inquietud persistía, como una sombra en su mente.

—¿Y sin guardias? ¿No es algo arriesgado, princesa? El rey ha impuesto reglas estrictas —cuestionó Demeter, frunciendo el ceño con preocupación, refiriéndose a la gran cantidad de guardias que habían sido asignados desde que aquella inquietante nota.—. Te estás buscando problemas.

Teodora repasó mentalmente los días que habían transcurrido desde que leyó aquella nota que había sumido su libertad en una oscura sombra. Recordó con pesar cómo sus hermanos, al enterarse, la asaltaron con un sinfín de preguntas. Incluso el consejo real la sometió a un interrogatorio incansable, y hasta Demeter intentó entablar una conversación con ella.

Lamentablemente, no tuvo información válida para brindarles, ya que el sospechoso se había ocultado hábilmente y escapado sin dejar rastro. Como consecuencia, los guardias, conscientes de la amenaza que acechaba, se multiplicaron y ocuparon cada pasillo, cada salida, prácticamente cada rincón fuera de su habitación. Era un despliegue imponente de seguridad, pero para ella, representaba una jaula opresiva.

—Solo tomará un segundo, no se darán cuenta de mi ausencia.

—El rey me cortará la cabeza si se enterara que te deje sola —bromeó él.

—Dudo que la diosa Hela permita eso —se burló Teodora—. Volveré antes que se den cuenta.

Demeter soltó una risa breve y ligeramente nerviosa ante el comentario de Teodora. Su postura propia de un príncipe se mantenía, pero su lenguaje corporal no transmitía la misma firmeza de siempre; mostraba un interés inusual.

—Debo decir que tienes un sentido del humor interesante, princesa —respondió Demeter, cruzando los brazos sobre el pecho—. Pero en serio, ten cuidado. No puedo permitirme fallar en mi deber de protegerte, a ti, mi futura prometida.

Cualquier mujer del reino se habría sonrojado o quedado hechizada por el encanto del príncipe, pues era el galán del inframundo en persona. Sin embargo, no era así para ella. Solo experimentaba una mezcla de emociones negativas hacia él; tal vez le agradaba un poco, pero el resentimiento hacia el príncipe superaba cualquier otro sentimiento.

Los Siete Sacrificios [EN CORRECCIONES ✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora