[33] [Parte 1]

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En esa tranquila mañana, el reino se despertaba ajeno a las dos mujeres abrazadas, mientras el cielo se teñía de tonos dorados

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En esa tranquila mañana, el reino se despertaba ajeno a las dos mujeres abrazadas, mientras el cielo se teñía de tonos dorados. Teodora se removió en la cama y se recostó en el pecho de Hela, cuya respiración apacible era como una melodía suave que la hacía parecer una mujer común, despojada de los demonios que solían acosarla.

Esa simple imagen hizo que el corazón de Teodora se fundiera como cera al sol, y la transportó de vuelta al día anterior, cuando se había entregado a Hela.

Recordó cómo compartieron confidencias hasta que el sueño la envolvió, y en ese intercambio, Hela emergió como alguien radicalmente diferente de la monstruosa figura que los libros y los rumores habían esculpido.

Hela, a quien podría tildarse de malévola y perversa por ser descendiente del pecado y la oscuridad, era querida por Teodora, quien no dudaba en aceptar que al entregarse a este ser oscuro, se adentraba en las profundidades más sombrías del abismo. A pesar de ello, la princesa no lamentaba en absoluto su elección.

Su unión parecía ser un destello luminoso en la noche más oscura, una salvación en medio del dolor, y Teodora estaba dispuesta a enfrentar cualquier tempestad en nombre de ese amor.

—¿Cómo te sientes en esta mañana? —preguntó Hela, apartando un delicado mechón del cabello de Teodora y depositando un suave beso en su mejilla.

—Temo que solo otro de tus besos puede revelármelo.

Hela esbozó una sonrisa, pero no con su típica malicia, sino con una ternura y alegría desbordantes. Entonces, le regaló a Teodora un beso lleno de significado, un gesto que expresaba profundos sentimientos: amor puro y genuino.

—Me siento mejor de lo que he estado en muchos años —dijo Teodora—. A pesar de...

—A pesar de que estés en medio de un duelo —adivinó Hela.

—Sí —suspiró Teodora—, eso es cierto. Pero hay algo en ti que hace que olvide todo lo malo.

—¿Incluyendo el ataque de ayer y esa audaz idea de convertirte en una heroína? —inquirió Hela con una chispa de diversión en sus ojos.

—Mmm... —Teodora reprimió una risita—. Olvidemos eso.

—Como desees, princesa —dijo Hela, cambiando de posición y colocándose encima de Teodora de manera dominante—. Te ves hermosa debajo de mí, ¿sabes?

Teodora se mordió el labio y le dio un beso apasionado, rozando sus lenguas y entregándose al amor del momento. Sin embargo, un pensamiento la inquietó, como un zumbido insistente en su oído.

—Espera, Hela —la apartó suavemente—. ¿Y los ataques? No escucho nada afuera.

—¿Te preocupa eso en este momento?

—La preocupación nunca se fue, cariño. ¿Podemos revisar, por favor?

Hela reflexionó detenidamente, renuente a separarse de su amada, pero consciente de la trascendencia que tenía para Teodora. Finalmente, se resignó y se desplazó a un lado, volviendo a recostarse en la cama. Este gesto abrió el camino para que Teodora se dirigiera hacia la ventana y, con delicadeza, corriera la cortina para observar el paisaje exterior. No obstante, Hela se encontraba absorta en la belleza del cuerpo de la princesa, ya que ambas estaban completamente desnudas.

Los Siete Sacrificios [EN CORRECCIONES ✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora