El reino de New Sun está sumido en una catástrofe, con asesinatos y sacrificios que sacuden el castillo, mientras un traidor acecha entre las sombras. Rodeada por la muerte, Teodora tendrá que enfrentarse no solo a los enemigos externos, sino tambié...
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—¿A dónde vas? —murmuró Teodora, frunciendo el ceño al darse cuenta de que Hela subía unas escaleras.
Durante un tiempo, había estado siguiendo a la diosa Hela, observando con ojo perspicaz cada uno de sus pasos y acciones. Aunque tenía la esperanza de desvelar información relevante o secretos interesantes, hasta ese momento, las ocupaciones de Hela se limitaban a los preparativos de la boda y a parlamentos con el rey. No obstante, todo cambió cuando Hela, en un giro inesperado, se volvió hacia una esquina y comenzó a ascender unas escaleras misteriosas, lo que despertó la sospecha de Teodora. Intrigada por este cambio de rumbo, decidió seguir los pasos de la diosa con discreción, asegurándose de no ser descubierta.
Subieron las escaleras en completo silencio, hasta llegar a un corredor oscuro y poco frecuentado en lo alto del castillo. Allí, Hela se detuvo frente a una puerta de madera adornada con los símbolos del reino, la cual abrió sin preocupación alguna.
La princesa aguardó hasta que Hela desapareciera de su campo de visión para aproximarse furtivamente y asomarse en el umbral de la puerta. Mas lo que contempló la sorprendió: la diosa estaba en la terraza, apaciblemente gozando del viento de la noche que acariciaba su cabello. Hallábase en el otro extremo, al borde, meditabunda ante el horizonte. Sus facciones lucían relajadas, aunque imbuidas de un toque sensual y serio al mismo tiempo.
Vestía un atuendo que realzaba sus largas piernas, ceñido a su figura y de un oscuro tono semejante a la noche, como la mismísima oscuridad que habitaba en la diosa. Teodora quedó cautivada por la elegancia y enigmática presencia de Hela. La diosa parecía sumida en un instante de introspección, como si hubiera hallado un refugio en aquel apartado lugar, lejos del caos del castillo.
No pudo evitarlo, quedó atónita ante la belleza de la mujer. A pesar de que su corazón se resentía con la diosa, Teodora se encontraba hipnotizada por su presencia. Parecía que en aquel segundo, no podía evitar sentirse como en las nubes cada vez que la contemplaba. Quizás en otro escenario, estaría reprendiéndose a sí misma como siempre lo hacía, pero en ese instante, estaba sola y podía entregarse por completo a las hermosas vistas que la diosa le brindaba.
En aquel momento mágico y apartado del bullicio del castillo, Teodora se permitió sentir emociones contradictorias. Aunque sabía que debía ser cautelosa al acercarse a la diosa Hela, no pudo evitar maravillarse por su fascinante aura y su misterioso atractivo.
—Es tan hermosa —comentó, sumida en sus pensamientos.
—¿Hay alguna razón coherente del porqué la heredera espía a la diosa del inframundo? —susurró una voz en su oído—. ¿Desde cuándo me andas siguiendo, eh?
Teodora se sobresaltó al sentir el aliento de Hela detrás de ella, percibiendo en su interior la certeza de haber sido descubierta en su intento de sigilo. Justo detrás de ella, la diosa apareció sin previo aviso, emergiendo de las sombras como un ser etéreo.