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En la fría madrugada, Teodora despertó con las manos sudorosas y temblorosas, sintiendo una presión familiar en el pecho

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En la fría madrugada, Teodora despertó con las manos sudorosas y temblorosas, sintiendo una presión familiar en el pecho. El miedo irracional la consumía, y aunque solo había tenido una pesadilla, un ataque de pánico comenzaba a poner en peligro su estabilidad mental.

No era la primera vez que tenía esos sueños inquietantes, y eso la angustiaba. Cada noche temía cerrar los ojos, temerosa de sumergirse en un mar tempestuoso de terror. Siempre era lo mismo: sentía que algo estaba a punto de estallar en su pecho, y solo cuando la desesperación la dejaba sin aliento, lograba despertar.

—No existe, no existe —sollozó Teodora, encogiéndose sobre sí misma—. No es real.

Durante varios segundos, continuó repitiéndose lo mismo, intentando calmarse. Las vívidas escenas de la pesadilla se apoderaban de su mente como una bestia silenciosa. La imagen de una mujer sin rostro la había perseguido en sus sueños, y ahora, incluso despierta, sentía las garras afiladas que se clavaban en ella, arrancándole el corazón con cada movimiento.

Consciente de que no podría volver a dormir, Teodora decidió hacer lo único que podría calmar su ansiedad, aunque se suponía que aún no debía actuar, que eso ocurriría en unos días más. Incluso había ideado un plan para distraer a Helios y lograr que saliera del castillo durante unas horas, lo que le permitiría visitar al prisionero. Sin embargo, esta vez, el impulso ganó y olvidó por completo su estrategia.

Se levantó con convicción, el corazón martilleándole en el pecho. Abrió la ventana con rapidez y se deslizó ágilmente por el balcón, descendiendo por una rama gruesa que crujía bajo su peso. La luna apenas se asomaba entre las nubes, y las brasas del fuego en el techo aún ardían débilmente, bañando el jardín en tonos anaranjados y sombras danzantes.

Cada paso sobre la hierba fría y húmeda enviaba una punzada a través de sus pies descalzos, mezclándose con la adrenalina que inundaba sus venas. Una sensación de embriaguez la envolvía, como si estuviera bajo la influencia de una fuerza externa que la impulsaba hacia adelante. Mas, nada de eso le importaba: ni la hora, ni su atuendo. Su mente solo albergaba una inquietud persistente y la urgente necesidad de encontrar respuestas.

Avanzó con valentía a lo largo de la pared del palacio hasta la esquina más lejana. Sabía que allí encontraría una pequeña puerta sin adornos, la cual alcanzó y abrió con cuidado. Al otro lado, un largo corredor se extendía, sumido en la penumbra.

Dudó un poco, pero Teodora decidió proseguir con pasos sigilosos, hasta que, en una esquina apenas visible, avistó una puerta de hierro. Justo cuando estaba extendiendo la mano para abrirla, un áspero sonido interrumpió sus intenciones, al igual que el filo de una espada contra su garganta desde atrás.

—Ni un paso más.

Teodora reconoció esa voz de inmediato, lo que le causó una oleada de náuseas.

—Soy yo, Fautos —dijo Teodora, con irritación, pero él no bajó la guardia—. Es Teodora, ¿no me reconoces?

Cualquier otra persona habría retrocedido, ya sea por su poder o por su rango, pero la espada se mantuvo inmóvil en la garganta de Teodora, como si Fautos estuviera luchando contra una tentación interna.

Los Siete Sacrificios [EN CORRECCIONES ✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora