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—¿Crees que esté muerta? —preguntó Lionel

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—¿Crees que esté muerta? —preguntó Lionel.

—Ella está respirando, imbécil —respondió Aisha, revisando el pulso de Teodora—. ¿Ves? Está viva.

Voces familiares rompieron el tenue velo entre el sueño y la realidad, perturbando a Teodora. Contuvo un quejido cuando unas garras largas le pincharon las costillas, enviando un dolor agudo por su cuerpo.

—Arrójenla al río, quizá así recobre la conciencia —ordenó Odessa.

Las esperanzas de Teodora renacieron de las cenizas; si la arrojaban al río, ella podría escapar. En su mente, elaboró un plan y fingió estar dormida mientras unos brazos delgados pero fuertes la levantaban del suelo. El crujido de la madera y los pasos resonaron hasta que una puerta se abrió y sintió el sol golpeándole el rostro.

Por instinto, Teodora quiso abrir los ojos, con las manos sudorosas y la curiosidad susurrándole al oído, pero se mantuvo firme.

En lugar de ceder a sus impulsos, decidió escuchar la conversación. No tardó en distinguir la voz de Odessa, quien relataba anécdotas sobre víctimas.

—Señora, ¿qué pasaría si las pirañas se la comen? El río está plegado de ellas —inquirió Lionel, inquieto.

—¡Oh, niño! ¡Eso sería un espectáculo fascinante! —dijo Odessa con entusiasmo—. ¡Más razón para tirarla al río! Mis pequeñas llevan días sin algo realmente nutritivo.

La mención de las pirañas hizo que Teodora, horrorizada, abriera los ojos de golpe. Su cuerpo se retorció en un intento desesperado de escapar, pero terminó cayendo al suelo con un estrépito. La espalda chocó contra las piedras ásperas, causando un grito ahogado que escapó de sus labios.

Lionel y Aisha se quedaron paralizados por un momento, observando cómo Teodora luchaba contra la situación. Odessa, sin embargo, no mostraba ningún signo de remordimiento viendo la escena como si fuera una obra de teatro que le fascinaba.

Por parte de Teodora, humillada, no tenía en mente seguir siendo vista de esa manera. Así que, a pesar de que sus piernas estaban débiles, se levantó sin nada que perder, conteniendo un sollozo al sentir las filosas rocas contra sus pies. Apretó los dientes, con la dignidad rota pero su espíritu no completamente destruido. Dio un paso hacia atrás, luego otro, y de repente giró sobre sus talones y comenzó a correr.

—Usted me avisa, señora.

Teodora sintió un presentimiento inquietante al escuchar a Aisha y el repentino estallido de risa de Odessa. Sin dudarlo, aceleró el paso, pero las tres figuras permanecieron inmóviles, sin hacer intento alguno de alcanzarla. Se adentró en el bosque, su única compañía era el eco de sus pasos frenéticos.

Corrió sin parar, con las costillas ardiendo y los pies ensangrentados. El peligro seguía resonando en sus oídos, impidiendo que su mente encontrara calma. De repente, un rugido estruendoso la hizo detenerse en seco. Al mirar hacia atrás, vio dos lobos enormes persiguiéndola, saltando de piedra en piedra con una agilidad aterradora.

Los Siete Sacrificios [EN CORRECCIONES ✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora