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Mientras el reino caía presa del pánico y se sumía en el caos, sus habitantes se dividían entre los que huían de New Sun y aquellos que se enfrentaban en conflictos

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Mientras el reino caía presa del pánico y se sumía en el caos, sus habitantes se dividían entre los que huían de New Sun y aquellos que se enfrentaban en conflictos. Incluso algunos ciudadanos se congregaban frente al palacio en señal de protesta.

En medio de esta devastación, una maligna figura observaba las consecuencias de sus acciones con regocijo.

La princesa Teodora, por su parte, vivía un conflicto interno entre el amor y el dolor del duelo. A pesar de todo, encontraba un efímero refugio en su dormitorio, donde gozaba de cierta comodidad y un vestido limpio.

Mirándose al espejo, se percató de que había pasado días sin tomar un baño, aunque gracias a Hela, se le había permitido recuperar su habitación. La excusa, aunque era considerada una criminal y estaba destinada a ser juzgada, seguía siendo una mujer de alta cuna, lo que le confería el derecho a disfrutar de "sus últimos días en una habitación".

Avanzó hacia su cama, y allí, destacaba la última carta entregada por Hela, que permanecía indemne, sin ser aún presa de las llamas. Sintiendo la necesidad de preservarla, la recogió y se encaminó hacia su escondrijo oculto.

En un acto de respeto, se arrodilló y extrajo una antigua tabla de madera camuflada bajo el suelo, que resguardaba sus secretos más íntimos y tesoros personales. En ese rincón se hallaba el viejo diario de Isabella, olvidado por Teodora durante un largo lapso. Con suma ternura y cariño, depositó la carta sobre las páginas amarillentas del diario.

Un golpeteo súbito en la puerta la hizo saltar, y con premura, organizó sus pertenencias antes de incorporarse y abrir la puerta con un gesto pálido en sus labios, aún afectada por el sobresalto.

—Mis disculpas por asustarla, señorita —murmuró Karen, inclinándose con cortesía—. Estoy aquí en nombre del príncipe Demeter y le traigo esto —Extendió sus brazos, revelando una bandeja repleta de manjares matutinos.

Los suculentos manjares en la bandeja hicieron que a Teodora se le hiciera la boca agua, pero su determinación era firme: no aceptaría nada que procediera de ese hombre.

—Karen, agradezco tu amabilidad al venir, pero por favor, transmítele al príncipe que no puedo aceptar nada de su parte —expresó la princesa antes de cerrar la puerta.

Sin embargo, esta se detuvo en el último segundo por una mano. La puerta se abrió ligeramente, y allí, detrás de Karen, se encontraba el príncipe Demeter, con una expresión enigmática en su rostro.

—Karen, sería tan amable de retirarse —solicitó Demeter, a lo que Karen asintió y se retiró, dejando a solas al príncipe y a Teodora, con el guardia vigilando en la entrada.

—No aceptaré nada de ti, Demeter.

—¿Ni siquiera una comida? Estoy seguro de que no has comido bien en días.

—Ni siquiera una comida.

—¿Sigues renuente a hablar conmigo?

Teodora no respondió, dejando en claro su posición. A pesar de eso, Demeter no mostraba signos de querer irse.

Los Siete Sacrificios [EN CORRECCIONES ✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora