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En un aparente día común y ordinario, la tranquilidad reinaba sin que nada nuevo o especial ocurriera; no parecía que algún enemigo acechase en las sombras

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En un aparente día común y ordinario, la tranquilidad reinaba sin que nada nuevo o especial ocurriera; no parecía que algún enemigo acechase en las sombras.

La princesa descansaba plácidamente en su cama, rodeada de lujosas cortinas y sábanas finamente bordadas. A su lado reposaba una bandeja repleta de deliciosas frutas y exquisitos manjares. Karen, su leal doncella, había sido la encargada de llevarle el desayuno, y en esos momentos de disfrute, se convertían en sus instantes favoritos del día.

Sin embargo, a pesar de las apariencias, la princesa sabía mejor que nadie en el reino que algo no estaba bien.

—Karen, ¿has oído algo entre los rumores de las sirvientas? —inquirió Teodora, mientras mordisqueaba una manzana verde y miraba hacía la ventana.

Karen se sobresaltó, pues no esperaba que le hicieran esa pregunta, especialmente después de lo sucedido con Amelia.

—No, ninguno, señorita —dijo Karen, casi tartamudeando—. Nadie se ha atrevido a hablar del tema.

—Ah, es comprensible —Teodora se quedó pensativa—. Si llegas a escuchar algo, por favor, dímelo, ¿de acuerdo?

—Descuide, majestad. Estaré atenta y si algo llegase a oír, se lo comunicaré de inmediato.

—Gracias, Karen. Ya puedes retirarte.

La doncella asintió y, con una reverencia, se retiró, dejando a Teodora sola en su cámara.

Teodora, sin perder tiempo, sacó el diario que guardaba celosamente bajo su almohada y comenzó a leer las revelaciones de la reina Isabella.

Hojeó las páginas del pergamino y encontró las palabras que habían sido trazadas con tinta antigua por la reina Isabella: "Lilith dice que después de la coronación podremos estar juntas, ¿pero por qué no antes? Me duele no verla todo el tiempo y solo en las sombras, escondidas de todo y todos. No quiero esperar, ¿será que no me ama como yo a ella?"

Las palabras de Isabella resonaron en el corazón de Teodora. La princesa sintió empatía por los sentimientos de la reina hacia Lilith, pero también se sintió intrigada. En casi todas las páginas, se narraba apasionadamente su romance con Lilith. Sin embargo, entre las letras antiguas y las páginas amarillentas, no encontró nada que pudiera ayudarla a descubrir al enemigo o al culpable que amenazaba la tranquilidad de su reino.

Con un suspiro de frustración, cerró el diario y lo sostuvo entre sus manos con delicadeza. Aunque la historia de amor y pasión de Isabella y Lilith era cautivadora, no le era útil.

Se volvió a recostar, mirando el techo con la mente llena de pensamientos sobre lo que vendría en la noche. Debía esperar, aguardar a que el sol se pusiera y, por alguna razón, eso la emocionaba. La expectativa de encontrarse con Hela la llenaba de ansias, pero también la irritaba profundamente. Odiaba sentirse tan extraña con la diosa, incapaz de comprender completamente sus propios sentimientos hacia ella. La dualidad de emociones que experimentaba la perturbaba, y se preguntaba si encontraría respuestas en su próximo encuentro con Hela o si la confusión persistiría.

Los Siete Sacrificios [EN CORRECCIONES ✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora