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¿Cuál era el propósito de la existencia, si parecía que esta te arrojaba de un lado a otro sin piedad? ¿Por qué el primer dios concedió el libre albedrío, para luego imponer un conjunto de reglas? Y si todos eran "libres" de elegir su destino, ¿po...

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¿Cuál era el propósito de la existencia, si parecía que esta te arrojaba de un lado a otro sin piedad? ¿Por qué el primer dios concedió el libre albedrío, para luego imponer un conjunto de reglas? Y si todos eran "libres" de elegir su destino, ¿por qué crear un inframundo como castigo? ¿Por qué el matrimonio debía ser una "forma" de alianza? ¿No había otras maneras de unir a las personas?

Esas preguntas acosaban a Teodora sin descanso mientras removía el té en su regazo. Sentada en la sala con los invitados, su cuerpo estaba presente, pero su mente vagaba en busca de claridad. Las voces a su alrededor se desvanecían en un murmullo indistinto, incapaces de penetrar el zumbido de su ansiedad. El miedo se aferraba a su ser, y el té se enfriaba en su taza, olvidado y abandonado.

Sus extremidades aún le dolían, como si hubiese hecho horas extras de entrenamiento. El día anterior, su padre la había despachado cuando se presentó con Demeter, alegando que no se podía tener una conversación formal si estaba sucia y descuidada.

No desaprovechó la oportunidad y pasó el resto del día vendando sus heridas, alimentándose, limpiándose y descansando lo suficiente. Todo esto la dejó en un mejor estado para la siguiente mañana, cuando Helios la mandó buscar.

Sin embargo, no pudo evitar sentir una punzada de incomodidad al pensar en el desayuno organizado por Helios. Supuestamente, era para que todos pudieran "conocerse" mejor, pero Teodora sabía que en realidad era una excusa para acercarla a su futuro prometido y hablar de la boda.

—¿Como amaneció, mi lady?

Y como si leyera sus pensamientos, Demeter habló desde un elegante sillón cercano a Teodora. La sorpresa hizo que ella se atragantara con su bebida, pero se recuperó rápidamente.

—Todo está perfecto, gracias por preguntar. ¿Y tú?

—¿Yo? De maravilla —Demeter bebió de su copa y se limpió la boca con un pañuelo—. Por cierto, estás reluciente como una flor.

—Eh... mmm... Gracias.

Teodora tosió incómoda, lo que pareció divertirlo, ya que él rió disimuladamente mientras la observaba.

—El rey Helios me informó que te gustan los lirios amarillos, ¿es eso cierto? —preguntó Demeter, sin intención de detener la conversación.

—Supongo que mi padre no pierde el tiempo —Teodora arqueó los hombros hacia adelante—, pero sí, son mis favoritas.

—¡Qué coincidencia! También son mis favoritas. Tengo un jardín repleto de ellas. ¿No es así, hermana?

Complacido, Demeter se dirigió a Hela, quien confirmó sus palabras con un leve asentimiento de cabeza y una media sonrisa, sosteniendo una copa de vino cerca de los labios. Esto hizo que Teodora apartara la mirada, sintiéndose como una presa bajo los ojos maliciosos de la diosa. En realidad, ambos hermanos la inquietaban, pues irradiaban una energía oscura y densa que simbolizaba la muerte.

Los Siete Sacrificios [EN CORRECCIONES ✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora