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Teodora apoyó la cabeza sobre el viejo y húmedo tablón de la cabaña

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Teodora apoyó la cabeza sobre el viejo y húmedo tablón de la cabaña. La jaqueca la martirizaba, un dolor que parecía insoportable e imposible de controlar. Sus ojos, rojos y cansados, suplicaban un breve descanso, con bolsas evidentes debajo de ellos. Sin embargo, se negaba a concederse tal indulgencia.

Sabía que cualquier momento de descuido podría traer graves consecuencias. No solo temía la reprimenda de la anciana, sino también el peligro de ser asesinada mientras dormía. Su única opción era vencer el sueño. Intentaba mantener su mente alerta, luchando contra la somnolencia que amenazaba con apoderarse de ella. En sus cortos años de vida, nunca había enfrentado un insomnio tan severo y añoraba aquellos tiempos más tranquilos.

Desconocía los ejercicios que los guerreros utilizaban para mantenerse despiertos durante los tiempos de guerra, pero los admiraba por ello. A pesar de su admiración, no podía escapar de la prisión de sus torturantes pensamientos. Su mente estaba dividida en dos. Una parte se centraba en la reina Hela, en su padre y en su reino; la otra, en la bruja, en los hermanos y en la conversación que había tenido con Lionel la noche anterior.

Teodora estaba llena de curiosidad cuando el chico mencionó el cambio drástico de su hermana. Sin embargo, sus suposiciones no le prepararon para la realidad que Lionel revelaría. La sorpresa que sintió fue tan profunda como la que experimentó al descubrir el plan de Hela.

—¿Estás bien? Te ves terrible, princesa —preguntó Lionel con preocupación.

—He estado mejor —respondió Teodora, tratando de sonreír—. Pero sí, estoy bien. Solo estoy un poco agotada.

El interés de Lionel hizo que el corazón de Teodora se ablandara. Aunque tenía reservas sobre él, no podía negar que su presencia aliviaba el peso de sus problemas. La apariencia desaliñada de Lionel, con su ropa de campesino y las botas llenas de barro, la hizo reír de manera involuntaria. Su cabello desordenado y las mejillas llenas de tierra le daban un aire entrañable.

—Lamento que este lugar no sea tan lujoso como tu castillo. El alojamiento aquí es, digamos, algo "diferente" —dijo Lionel, mordiéndose el labio.

—Sí, es definitivamente diferente, pero puedo sobrevivir.

—¿Sobrevivir? Porque pareces al borde de la muerte. ¿De verdad estás bien? —Lionel tocó la frente de Teodora con el dorso de la mano—. ¡Estás hirviendo, princesa! Necesitas descansar y comer algo caliente.

—¿Comida? —Teodora se enderezó nerviosa, tropezando ligeramente con Lionel. La idea de probar las recetas de Odessa no le emocionaba en absoluto—. No necesito comida.

—Lo sé, no es lo más apetitoso, pero es necesario —dijo Lionel, intentando mantener un tono conciliador—. Convenceré a Odessa de que me permita cuidarte.

Lionel salió en busca de Odessa, dejando a Teodora sola en la cabaña. En ese instante, Teodora maldijo al universo, a los dioses, o a cualquier ente responsable de su desdicha.

Los Siete Sacrificios [EN CORRECCIONES ✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora