[38] [Final]

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El sol ascendía, derramando su cálido resplandor sobre el reino, mientras los pájaros entonaban melodías de amor en el aire

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El sol ascendía, derramando su cálido resplandor sobre el reino, mientras los pájaros entonaban melodías de amor en el aire. Los árboles susurraban sus plegarias a la naturaleza y el cielo se despejaba de nubes para dar paso a un día grandioso. El reino vibraba de emoción ante la nueva jornada que comenzaba.

Pero dentro de la habitación de la princesa Teodora, encapsulada por las cuatro paredes, el ambiente contrastaba notablemente con el esplendor que reinaba fuera.

Sus ojos ardían y estaban enrojecidos debido a la falta de sueño durante la noche anterior, y su corazón palpitaba con un dolor nunca antes experimentado. Sin embargo, a pesar de la angustia, ninguna lágrima brotaba, como si su alma se hubiera secado por completo.

Pasó la noche en silencio, sentada en el rincón de su cama, su mirada perdida en los recuerdos que la asediaban. Sus emociones eran un torbellino impredecible, un viaje que no había previsto. Durante esas largas horas nocturnas, recorrió cuatro estados emocionales, como si fueran estaciones en una travesía inesperada.

En el inicio, fue presa de un abismo en su pecho, anhelando fervientemente la compañía de su amada, deseando con todas sus fuerzas abrazarla y volver a vivir momentos juntas, aunque en el fondo sabía que no era la elección correcta. Luego, cayó en la negación, incapaz de aceptar la dura realidad de lo sucedido, con la idea apenas atreviéndose a insinuarse en su mente debido a su increíble incredulidad.

La tristeza llegó sin previo aviso, envolviéndola con su lúgubre manto, inundando su alma de desolación y abrumándola con una pesadumbre que nunca antes había experimentado. Finalmente, la ira se apoderó de ella y se mantuvo firme en su corazón desde entonces.

Anhelaba venganza, deseaba que Hela enfrentara las consecuencias de sus acciones, que sufriera y pagara, incluso ansiaba quebrar cada uno de sus huesos y obligarla a arrodillarse en busca de perdón. Sin embargo, también estaba confundida, atormentada por la incertidumbre sobre si sería capaz de llevar a cabo esos oscuros deseos si se encontrara cara a cara con Hela.

Teodora suspiró al oír un golpeteo en la puerta y, con un gesto resignado, permitió la entrada. Las encargadas de prepararla para la boda, entre ellas Leah y Karen, junto a una distinguida dama mayor, llevaban el vestido nupcial con cuidado, como si fuera un tesoro ancestral. El vestido vino, ricamente adornado en tonos que reflejaban la opulencia de su reino, estaba complementado por una capa dorada, armonizando con los colores de su realeza.

Por otro lado, Karen portaba una bandeja repleta de un desayuno exquisito, una tentación que Teodora habría devorado en circunstancias normales, pero ni siquiera sentía el apetito.

Leah observó a Teodora con curiosidad, sorprendida al ver que la princesa ya estaba despierta.

—No parece que estés muy emocionada por el día, majestad —observó Karen con preocupación.

—Solo hagan lo que deban hacer.

—¿Y el desayuno, princesa? —inquirió la señora.

—No tengo apetito.

Los Siete Sacrificios [EN CORRECCIONES ✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora