[35] [Parte 1]

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El viento helado, como cuchillas afiladas, se abría paso a través de la oscuridad del amanecer, dejando a la princesa temblando hasta lo más profundo de sus huesos

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El viento helado, como cuchillas afiladas, se abría paso a través de la oscuridad del amanecer, dejando a la princesa temblando hasta lo más profundo de sus huesos. Las hojas de los antiguos árboles susurraban, siendo testigos silenciosos de su sufrimiento. Sin embargo, en medio de este tormento, ella se encontraba inmersa en un sueño profundo, donde una figura aterradora se cernía sobre ella, embellecida por cuernos retorcidos y colmillos afilados, semejando la maldad misma.; no obstante, tal figura no era más que una creación de su mente en el mundo de los sueños.

Yacía sobre la grama y la tierra, inmóvil y en un profundo letargo, ajena a la realidad que la rodeaba. La noche anterior, en medio de un llanto angustioso y desgarrador, se había quedado dormida al aire libre, vulnerable a la ferocidad de la naturaleza nocturna.

Su vestido, que una vez había sido un testimonio de su nobleza, estaba ahora hecho jirones; sus cabellos dorados parecían un enredo de ramas y hojas, y sus brazos, que antes se mostraban delicados y pálidos, estaban manchados de tierra y suciedad. En aquel momento, parecía una errante despojada de su herencia real, una mendiga en medio de la naturaleza indómita.

En su pesadilla, luchaba con ferocidad. En su sueño, una mujer de belleza inquietante se transformaba en una bestia, y su propia vida pendía de un hilo frágil y desgarrado. Cada suspiro y quejido reflejaban un eco de su lucha interna, donde el bien y el mal, la belleza y la bestialidad, se entrelazaban en una danza mortal.

—¿Qué quieres de mí? —dijo Teodora entre jadeos, retorciéndose con desesperación—. Por favor, aléjate... No me hagas daño.

La bestia se acercó con la intención de arrancarle el corazón, y en ese instante, ella reconoció aquellos ojos oscuros. El tiempo pareció detenerse, dejándola con un nudo en la garganta y un sabor amargo en la boca al recordarlos.

Despertó de golpe, sobresaltada por el susto. Sentía su corazón latir desbocado mientras tomaba conciencia de su entorno.

—Por todos los dioses —musitó, llevándose una mano al pecho—. ¡Maldición! Debo marcharme antes de que me descubran.

Con un movimiento torpe y falta de destreza, la princesa luchó por ponerse en pie, sintiendo el peso de la confusión y el miedo en cada uno de sus huesos. Se tambaleó durante unos segundos antes de encontrar su equilibrio y se dirigió rápidamente hacia las ramas que se alzaban junto a su ventana. Abandonó la idea de ir a la cripta, y al mismo tiempo, dejó atrás la la rosa blanca sumergida en sangre, cuyo significado todavía le hería el alma.

Al llegar, la fortaleza en sus músculos flaqueaba. Cada hoja parecía crujir bajo sus pies mientras ascendía,  envuelta en el canto de los pájaros que anunciaban el amanecer. Las ramas, ásperas y desafiantes, la guiaron con esfuerzo hacia su ventana, acercándola a lo que ella consideraba su propio infierno.

Pero lo que no esperaba era escuchar golpes en su puerta y la voz impaciente de Karen resonando en el pasillo.

—¡Ya voy! —gruñó Teodora, haciendo un esfuerzo supremo para subir—. ¡Dame un segundo!

Los Siete Sacrificios [EN CORRECCIONES ✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora