[36] [Parte 2]

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—¿Qué te sucede? ¿Estás fuera de tus cabales? —Teodora se alarmó al ver cómo el corazón de Eleanor se deshacía en las manos de Hela

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—¿Qué te sucede? ¿Estás fuera de tus cabales? —Teodora se alarmó al ver cómo el corazón de Eleanor se deshacía en las manos de Hela.

—No finjas ser una santa, querida. He descubierto tu artimaña.

—No tengo idea de lo que estás hablando.

—¿Ah, no?

Hela soltó lo que quedaba del corazón y agarró fuertemente el brazo de Teodora, arrastrándola hacia un rincón apartado donde la multitud no alcanzaba a ver.

—¡Suéltame, Hela!

Teodora luchó con desesperación, tratando de golpear, liberarse y huir, pero la diosa era demasiado ágil, y sus garras se aferraban a la carne de la princesa.

De manera súbita, Hela la arrastró hacia una sombra profunda, donde el mundo perdió sus colores, y en un abrir y cerrar de ojos, Teodora se encontró frente a la estatua del Primer Dios. En ese lugar, no había ninguna alma presente; estaban demasiado lejos como para que alguien las pudiera ver.

—¿Por qué me traes aquí? ¡Estás loca! Dejaste el cuerpo tirado; alguien podría verlo. ¡Maldita sea, Hela!

—Te traje aquí para asegurarme de que recuerdes que me perteneces —respondió Hela con voz gélida, sacando una navaja de su muslo y deslizándola por la pierna de Teodora—. No me importa que lo nuestro sea prohibido o un secreto, porque eres mía en cuerpo y alma. Tu corazón clama mi nombre en cada latido.

—Aléjate de mí, Hela. Entre nosotras ya no hay nada.

—¿Eso dices? ¿Entonces, por qué has intentado provocarme celos durante toda la noche, preciosa?

A Teodora se le entrecortó la respiración; no sabía si era por la excitación o la adrenalina del momento. Quizás se debía a la navaja que rozaba su pierna o a la furia que sentía hacia Hela.

Frustrada, empujó a Hela.

—Estás imaginando todo un escenario —Teodora miró aquel par grises, su debilidad, luchando por mantener la compostura.—. ¿Hiciste lo mismo con Isabella? ¿La trajiste aquí y la corrompiste?

—No. Nunca antes había tocado a una mujer, eres la primera, y te amo —la volvió a acorralar bruscamente, aferrando su mano en el cabello de Teodora—. En cambio, tú pareces disfrutar explorando nuevos territorios. ¿Crees que no noté cómo esa mujer te coqueteaba? Me aseguraré de que lamentes haberle hablado. ¿Sabes por qué? Porque puedo hacerte mía en cualquier lugar o circunstancia, no como ella.

El cuerpo de Teodora se erizó, sintiendo el roce de Hela y el peligro que emanaba de la oscura figura frente a ella, un ser salvaje que la atraía de manera inexplicable. Sin embargo, en su pecho, un dolor crecía, tejiendo una inseguridad en relación a Isabella que la atormentaba.

—Arrodíllate y suplica misericordia si no quieres afrontar las consecuencias —Hela añadió, aplicando presión para que Teodora se inclinara, sujetándola por el cabello.

Los Siete Sacrificios [EN CORRECCIONES ✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora