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La princesa Teodora, obstinada como una roca, pasaba las tardes en el jardín, tomando el sol y conversando con las plantas, sin importarle las advertencias de su padre sobre el comportamiento adecuado para una princesa

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La princesa Teodora, obstinada como una roca, pasaba las tardes en el jardín, tomando el sol y conversando con las plantas, sin importarle las advertencias de su padre sobre el comportamiento adecuado para una princesa.

Ese día, sin embargo, no contaba con que el rey la mandara a buscar.

—¡Princesa! El rey Helios solicita su presencia de inmediato —gritó Leah, la sirvienta, al encontrar a Teodora cubierta de barro.

Teodora, al escuchar la voz de Leah, alzó las cejas sorprendida y escondió la mariquita que tenía en sus manos, tomando varios segundos para ponerse de pie.

—Oh, solo eres tú, Leah —dijo Teodora, exhalando con alivio, dejando libre la mariquita—. Pensé que serías una de esas sirvientas molestas. Al menos no eres Fautos.

Leah abrió los ojos, sorprendida, pero mantuvo los labios sellados. Teodora, con una sonrisa divertida, se levantó y, con su característica aura de luz, se acercó a Leah y extendió la mano en señal de saludo.

Dudosa, Leah devolvió el gesto con una reverencia incómoda.

—¿Podrías decirle al rey Helios que espere unos minutos, Leah? Necesito un baño —Teodora agrandó la sonrisa, divertida—. ¿O crees que mi padre me aceptaría así? ¿Tú qué opinas? ¿Me presento así?

Leah tragó hondo, palideciendo ante la mera idea de tal acción y sus consecuencias, pues todos eran conscientes del temperamento del rey y de la necesidad de Teodora por provocarlo.

—Alteza, ¿usted quiere que yo opine sobre una conducta que el rey podría considerar irrespetuosa?

—Es exactamente lo que quiero.

En el pegajoso calor del día, las manos de Leah se pusieron frías y un tic nervioso se presentó en sus párpados, provocando que Teodora se riera internamente; ella siempre amaba usar el poder de su rango de manera sutil.

—Alteza, ¿pero usted no teme las represalias? —inquirió Leah, apenas en un susurro.

—No, Leah. Alguien debe cuestionar las reglas, aunque sea de vez en cuando, ¿no lo crees? —dijo Teodora—. Además, mi padre necesita un recordatorio de que el cambio es inevitable. Nací y moriré amando el aire libre.

—Por supuesto, mi señora —concedió Leah.

—¿Entonces?

—Sin embargo, con todo respeto, princesa, esta reunión parece muy seria y merece tal trato. No es sensato, alteza... —balbuceó Leah.

Teodora asintió complacida con la respuesta de Leah, y le dio una palmeada en el hombro, retirándose sin decir mas.

Al entrar, Teodora corrió por la cocina antes de subir las escaleras al segundo piso. Cada escalón parecía más eterno y difícil de superar. Mientras subía, imaginaba las posibles razones por las que su padre la había convocado. No era común que él quisiera verla, a menos que fuera para regañarla o exigirle algo.

Los Siete Sacrificios [EN CORRECCIONES ✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora