Narrador.
Un par de viejas amigas charlaban tranquilamente en la sala de descanso. Con una rica taza de café en manos, y sus emparedados de jamón como almuerzo.
El manjar de los dioses.
La morena pecosa al igual que la azabache compartían la misma edad, estudiaron psicología juntas, y tenían un pasado un tanto penoso de su adolescencia del que no les gustaba hablar mucho.
Disfrutaban de algunas películas en común y otros gustos, como leer o hacer deporte, pero trataban de ser lo más profesionales posibles a la hora de trabajar.
El clima por este lado de la ciudad era nublado y frío. Aburrido, pero siempre encontraban algo de qué reírse o cómo pasarla bien de cierta forma.
—Estoy agotada.—Masajeó su cuello y hombros, sentada en la silla.
La azabache rió.
—Ánimo, Ymir.—Palmeó su espalda.—Apenas es lunes.
—No jodas.—Murmuró. Amaba su trabajo y todo eso, pero era muy pesado el tener que charlar con adolescentes casi todo el día.
Miró a su amiga vaciarle agua caliente al termo que solía llevar para más al rato, y tomar una cuchara para comenzar a servirse.
—Eso es mucho café. ¿Cuántos te quedan?
—Dos, me parecen.
—¿Paciente nueva?
Suspiró pesadamente, y dejó la cuchara del azúcar sobre la barra. Cerró el termo, y agitó para revolver.
—Si, pero a diferencia de otros no me a dado tanta batalla.—Encogió los hombros.—Hasta ahora...
—¿Hasta ahora?
—Parece ocultar cosas, y evadir temas que honestamente me retrasan mucho. Me a costado un poco hacer que hable, pero tengo fe en que mejoraremos.
—Regular entonces.
Si, regular. Normal dentro de la situación, considerando que los jóvenes con los que tratan suelen ser bastante cerrados, toscos y hasta problemáticos, pero eso por sus debidas razones. No todos tenían lo mismo, y no todos sufrían o pasaban por cosas similares de la misma forma, así como tampoco lidiaban con sus emociones igual.
Miró el reloj en su muñeca y después a la morena perdiendo el tiempo en el celular.
—Te dejo, ya debo irme.
—Vale.
Miró de reojo hacia la barra, y se percató de que la azabache olvidó su termo.
—Uh, ¡espera! olvidas tu viagra.
La azabache rió.
—Te la regalo. No la necesito.
Se alejó mientras escuchaba la estruendosa carcajada de su amiga en la espalda. Caminó por el pasillo sin mucha prisa, y saludó a su secretaria Sasha, la recepcionista. Más tarde pensaba regresar por el termo a la sala.
—La hora del almuerzo terminó, ¿sabes?
—Para mi no.—Continuó comiendo.—Oh.—Se cubrió la boca antes de volver a hablar.—Su paciente llegó temprano hoy.
—¿Annie?
—Si, está adentro. Le dije que no había problema si entraba.—Sonrío nerviosa.
—No lo hay, pero...es muy temprano aún.—Arqueó la ceja.
Al menos para lo impuntual que solía ser Annie.
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