Era fin de semana y lo sabía. Su padre llegó temprano y mamá también. Escuchó los pasos de la misma dirigirse hacia el cuarto, la vió arreglarse muy poco con algo de maquillaje, su padre solo se cambió de camiseta y ella así en uniforme subió al auto, emocionada.
En el camino al local que solían ir escuchó algo de música recostada en los asientos de atrás, y miró pasar todo aquello que había en el exterior mientras esperaba con ansias llegar ya, para subirse a los juegos y comer.
Para despejar la mente de lo que era una rutinaria vida...
Al bajar del auto, fué la primera en entrar al lugar. Las puertas automáticamente se abrieron, el olor de la deliciosa comida se impregnó en ella, y miró maravillada la zona de juegos. El paraíso de cualquier niño.
Pidió permiso de forma rápida mientras corría a jugar. Era algo temprano aún así que había muy pocos niños ahí también, lo que le pareció excelente, pues era más de jugar en silencio y no tanto con otros niños.
Luego de un rato escuchó a su papá llamarla para comer, así que fué. La hamburguesa que solían pedir para ella siempre llegaba en un plato desechable con colores llamativos, y una estampa con el nombre del local y un pequeño mensaje.
Al terminar volvió corriendo a divertirse, sin digerir bien la comida pero dispuesta a defender su juego favorito.
En cierto momento, miró a sus padres hablar entre ellos. No escuchaba hasta allá. No entendía lo que decían. Sólo movían sus bocas y se moraban de forma seria y hasta molestos el uno al otro.
Eso la puso algo nerviosa, y el resto del rato que pasó jugando miró a sus padres a la distancia, esperando no sea algo serio.
[...]
Miró sentada desde las escaleras a su padre cerrar la puerta de un solo golpe, y su madre dirigirse la cocina mientras parecía apretar los puños.
Nerviosa, decidió seguirla, y la vió sentada de espaldas mientras agachaba la cabeza. La escuchó llorar, y eso colmó a la pequeña de cinco años.
—¿Mamá?
Se posó junto a ella. Su madre al verla enderezó la postura y se limpió las lágrimas de forma rápida, pero notó su ojo morado de un momento a otro cuando el maquillaje se le corrió.
Su madre trató de ocultarlo inútilmente, y Annie la miró más preocupada que antes.
—¿Por qué tu ojo está así?
¿Y desde cuándo está así? En primer lugar. ¿En qué momento pasó esto? ¿Por qué no le dijo nada?
Su nerviosismo se transformó en enojo, y tomó la mano de su madre entre la suya.
—¿Fué mi papá?—Murmuró.
Su cuerpo fué cargado por ella y la abrazó con fuerza sin siquiera responderle, pero respondió al gesto sin decir nada por un rato. Sólo escuchó los sollozos de su madre, y ella acarició su cabello como ella lo hacía cuando tenía miedo.
—Yo me lo merecía...
Besó su mejilla. Annie la miró extrañada.
—Yo lo hice enojar.
Se levantó con ella en brazos. En dirección al cuarto de la niña, pero Annie se negó.
—Quiero dormir contigo.
Suspiró, pero así lo hicieron.
—Yo te cuido...—Le susurró a su madre en el oído cuando la vió dormir.