Narrador.
Inquieta, volvió a removerse en la silla de espera. La chica castaña en la recepción pronto le permitiría ingresar a la habitación para retomar sus terapias, en otro centro de ayuda.
Suspira, nerviosa y no sabe por qué exactamente. Después de todo, no era su primera vez asistiendo a uno.
Decide entonces quizá distraerse contando los recuadros del piso para matar el tiempo, pues las paredes blancas del lugar habían comenzado a estresarle al no portar con algún adorno, o esos estantes con revistas y libros.
Un chico rubio salió de la habitación, y se despidió amablemente de la recepcionista a quien ya parecía conocer. Ella agitó su mano y se despidió de él con la misma energía.
—Adelante Annie, puedes pasar.—Dijo la castaña.
Annie se levantó de la incómoda silla y le tiró una mirada de reojo antes de entrar.
La piel se le erizó ante el repentino contacto del aire acondicionado sobre ella.
En la pared color pastel se encontraban varios diplomas enmarcados con el primer lugar en todos. El típico sillón que nunca puede faltar en terapia al parecer, un apartado con una mesita infantil y dos pequeñas sillas sobre una suave alfombra colorida, un estante con libros y juegos didácticos, quizá la parte más llamativa del consultorio, y tras el escritorio del fondo, se encontraba una figura femenina de espaldas, alta, con la mirada fija en la ventana. Un jardín natural y hermoso.
La chica de la cabellera azabache giró levemente la cabeza, y los ojos grises de quién parecía ser su psicóloga chocaron con los suyos un momento.
—¿Annie Leonhart?—Ajustó su corbata.
Asintió desde la puerta. Joder, en serio tenía frío.
—Toma asiento, por favor.—Recorrió la silla desde el respaldo y se sentó.
Hizo lo mismo, y metió las manos en los bolsillos de su sudadera para darse calor.
La azabache se acomodó de mejor forma en la silla y tomó la carpeta con el nombre de Annie escrito en un papelito pegado con un clip.
Annie vagó con la mirada a los pequeños y sencillos adornos que tenía la oficina o el mismo escritorio frente a ella.
Otro escalofrío le recorrió la espalda, y no pudo evitar hacer un pequeño movimiento involuntario, que al parecer le causó gracia a la azabache.
—¿Tienes frío?
Asintió.
La azabache tomó el control del aire que guardaba en un cajón, apuntó hacia el aparato y lo apagó. Disminuyendo el frío, y haciendo que la habitación quede en más silencio que antes.
—Gracias.—Murmuró la rubia.
Su mirada curiosa vagó sin querer de nuevo, pero ahora a lo que había atrás de la ojigris.
Notó entonces algo curioso. Quizá peculiar, y no pudo evitar hacer una cara de extrañeza de tan raro que le resultó aquel objeto.
—¿Por qué usa eso?
—¿Mhg?
—Eso...de allá.—Señaló.
La azabache giró la cabeza hacia donde apuntó la rubia.
—Oh.—Se levantó.—¿Esto?
Se acercó al perchero, y tomó el antifaz rojo que había colgado para posteriormente colocarselo y mirarla.
—Lo uso con mis pacientes más pequeños. Dicen que tengo apellido de super héroe.—Encogió los hombros con una sonrisa y lo dejó en el perchero de nuevo.— Ackerman. Es divertido.