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Tom Riddle
Anastasia se había ido para dejarme hablar con mi hermano a solas. Mi corazón estaba martilleando como loco, y se lo debo a Anastasia. Antes lo veía como algo imposible este amor, ella era mi estudiante y yo su profesor pero ahora es algo real.
Mattheo se sentó en la orilla de mi cama, le serví una copa y este no la rechazo. Ya estando más tranquilos mi hermano comenzó a hablar.
—Tengo amigos que están dispuestos a ayudarnos.
—¿A qué te refieres Theo? –pregunté sin entender a que se refería.
—Sabemos que ni tu ni yo queremos este mundo, podemos irnos sin que nuestro padre se entere, inclusive acabar con el... –susurro– Se que es peligroso pero es nuestra oportunidad, yo no quiero esto Tom.
—Lo se –coloque mi mano en su hombro–. Yo tampoco quiero este estilo de vida para ti.
—Entonces, ¿estas conmigo o no?
—Cuenta conmigo y con Anastasia, se que ella también quiere salir de esto, ver a su familia adoptiva y...
—No lo sabes Tom.
—¿Saber qué? –. Comencé a preocuparme.
—Rodolphus Lestrange los mató, dijo que no quería que Anastasia volviera con ellos, prácticamente la quiere retener a su lado.
—¡No puede ser! –. Me pare y golpeé la pared, sabía que esas personas era lo que Anastasia más amaba. –Tenemos que largarnos lo más pronto posible.
—Estoy de acuerdo contigo, seguiré con el plan que tengo y te iré avisando.
Asentí y Mattheo salió de la habitación.
No sabía como decirle lo de sus padres a Anastasia eso la iba a destruir por completo.
...
Era la una de la madrugada baje a la cocina como habíamos quedado. Llegué y Anastasia aún no estaba ahí, abrí el refrigerador para buscar agua fría y poder refrescarme.
Cuando estaba buscando sentí unas pequeñas manos rodear mi cintura, me di la vuelta y era ella.
—Hola –saludo con una gran sonrisa.
—Hola, creí que me dejarías plantado –dije bromeando– ¿Quieres algo?
—Quiero Helado –pidió ella.
—Helado a esta hora, Merlín hace un poco de frío.
—Anda si, para comer helado no hay una hora exacta –explicó ella entre risas.
—No se si los mortifagos tengan helado pero lo averiguaremos –sonreí y busque en la heladera si había– Pues sólo hay de Vainilla y adivina que –ella me miró confundida– Es de Atenea.
