1. Vuelta a Camden

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Suena mi canción favorita de Selena Gomez mientras mi padre arranca el coche. Subo el volumen de mis auriculares para no tener que escuchar la voz de mi madre, la cual ya me está molestando por no llevar el cinturón puesto. Acabábamos de salir del aeropuerto de Maine y estoy muy contenta por volver a casa después de dos meses. A la vuelta de las vacaciones de verano siempre suele quedar esa melancolía de no querer regresar de nuevo a las clases, pero no es mi caso.

Mi familia y yo nos mudamos a Estados Unidos cuando yo cumplí los cinco años y mi hermana Clara tenía unos pocos meses. A mi madre le ofrecieron un puesto de trabajo en Camden y, como quería salir de la monotonía y el tráfico de Barcelona, enseguida hicieron las maletas y nos arrastraron con ellos. Yo era muy pequeña cuando nos fuimos, pero al principio no quería irme porque todos mis abuelos, tíos y primos siguen en España.

Me encanta ir a visitarlos, pero mi pueblo me gusta muchísimo más. Nos conocemos entre todos y, al llegar, me espera mi grupo de amigos tan maravilloso. Además, es mi último año de instituto y tengo muchas ganas de acabarlo para poder ir a estudiar Bellas Artes, aunque mi madre siempre me recuerda que es un trabajo impredecible en el que no ganaré nada de dinero.

–¡Laia! ¡Póntelo de una vez! –me ordena mi madre.

Me ato el cinturón poniendo los ojos en blanco mientras mi hermana sigue jugando con su muñeca favorita.

–¿Tenéis ganas de volver a ver a vuestros amigos? –pregunta mi padre.

–Claro que sí, ya era hora –respondo con una sonrisa.

–¡Sí! –añade mi hermana.

–Laieta, acuérdate que este es tu último año de instituto –me recuerda mi madre–. Tendrás que ser el doble de aplicada y responsable, sobre todo controlar esas caras expresivas que haces siempre.

¡Odio que me llame Laieta, es de niña pequeña y yo ya tengo 17 años! Sobre lo de mis expresiones tiene un poco de razón... Mis profesores siempre se quejan al director del colegio sobre las caras que pongo mientras están dando clase. Lo siento, pero tengo que expresarme de alguna manera, no sé ocultar cuando algo me desagrada.

–¿Qué quieres que haga? Si me sale una cara de asco no sé ocultarla –me quejo–. Siento defraudarte, Ana.

Cuando llamo a mi madre por su nombre se molesta mucho, son tácticas que utilizo cuando quiero que sepa que ya no voy a discutir más. Ella lo entiende a la perfección porque se pone con el móvil mientras frunce el ceño y yo no puedo evitar sonreír. Otra batalla ganada: Laia 1, Madre 0.

Siento decir esto, pero mi madre y yo no nos llevamos especialmente bien. Chocamos demasiado con nuestro carácter y ella, aprovechando que es psicóloga, no para de darme sermones cada vez que se presenta la oportunidad. Siempre piensa que tiene la razón porque ha estudiado el comportamiento humano, pero me cansa tener que escuchar a estas personas que creen que lo saben todo cuando, la realidad es, que son ignorantes en muchos temas.

–¿Qué escuchas? –me pregunta Clara de repente.

Lose You To Love Me de Selena Gomez.

Los ojos que me pone a continuación son los mismos de siempre; cuando quiere que yo comparta con ella lo que llevo, ya sea un pintalabios, un trozo de tarta o, en este caso, mi música. Me quito un auricular y se lo pongo en la oreja, ella se acerca más a mí con una sonrisa en los labios y se apoya en mi hombro.

Clara tiene 12 años y, aunque a veces sea un poco insoportable, la quiero con locura. Siempre nos hemos apoyado la una a la otra y no sé qué haría sin ella. El año que viene tendré que irme a estudiar fuera y me entran náuseas sólo de pensarlo. Mi hermana se quedará sola y tendrá que aprender a lidiar con sus problemas o dejarse ayudar por mi madre, pero ella tampoco lo ve como una buena opción. En cambio, mi padre es muy comprensivo y seguro que la aconsejaría bien, aunque hay cosas que sólo se pueden hablar entre mujeres, por eso me preocupa dejarla.

SIEMPRE FUISTE TÚDonde viven las historias. Descúbrelo ahora