Epílogo

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5 años más tarde...

–¡Laia, despierta!

El grito de mi madre es peor que una alarma de Iphone. Me froto los ojos somnolienta y miro la hora, enseguida me doy cuenta que hoy es el gran día.

Me levanto de la cama y voy directa a la ducha. Al acabar, me seco el pelo y me pongo unos pantalones de color negro elegantes con una blusa blanca; un conjunto que me compré hace unos meses en el centro comercial de Maine.

Me pongo las botas negras y me maquillo con mi pintalabios color granate. Bajo las escaleras y me encuentro a mis padres desayunando.

–¡Buenos días! –exclamo contenta.

Doy un beso en la mejilla a cada uno y me siento en una silla. Aprovecho para coger una crepe que ha cocinado mi hermana y me pongo mucha nutella.

–¿Preparada para hoy? –me pregunta mi madre.

–Un poco nerviosa, pero estoy lista.

–Saldrá todo bien, ya verás –añade mi padre.

Asiento y devoro la crepe con ansias, después, me como unos cuantos croissants con mermelada y, por último, un zumo de naranja para tener energía.

–¿Cómo puedes comer tanto y estar como un fideo?

Esa voz es la de mi hermana; acaba de bajar las escaleras con su neopreno puesto y la tabla de surf, la cual deja preparada en la entrada.

–Es un don –respondo orgullosa.

–Yo tengo que comer saludable, mañana es la competición.

–Suerte, aunque no la necesitas –sonrío.

Mi hermana ya tiene dieciocho años y compite a nivel mundial con su tabla de surf, es la reina de las olas y todos estamos muy orgullosos de ella. Después del verano, estudiará cocina en la universidad y algunas veces competirá con su tabla. Le apasionan las dos cosas, pero se quiere centrar en ser una chef profesional, incluso quiere abrir su propio restaurante.

Acabo de desayunar rápidamente y cojo mi bolso para irme. Abrazo a mis padres y a mi hermana, quienes me desean mucha suerte.

–Nos vemos más tarde –dice mi padre.

–Todo irá bien –añade Clara.

–Gracias familia, hasta luego.

Cierro la puerta de casa y me subo en mi coche híbrido de color gris. Conduzco hasta mi local y, cuando entro, veo a mi ayudante trabajando en el escritorio de la entrada.

–¡Buenos días, Cynthia!

Cuando se percata de mi presencia, se levanta y me abraza con fuerza.

–Buenos días, Laia. Tengo una buena noticia –me informa–, ¡hemos vendido todas las entradas para la apertura!

Yo exclamo un grito de emoción y nos abrazamos otra vez.

–¡Eso es fantástico! –contesto– Va a ser espectacular.

–Eso seguro, los del catering me han dicho que llegarán en breves para prepararlo todo.

–Espero que se den prisa –me preocupo–, que esto ya arranca en unas horas.

–Te mereces todo lo bueno que te pase, de verdad.

–Gracias Cynthia, me has ayudado como nadie.

–¿Mi hija llegará a tiempo? –me pregunta.

–Eso espero, su gira terminó ayer por la noche y hoy temprano cogía el avión hacia Maine –explico–. Ya debe de estar llegando.

–Ojalá llegue a tiempo –contesta ilusionada–. No sabes las ganas que tengo de verla, ha pasado casi un año.

SIEMPRE FUISTE TÚDonde viven las historias. Descúbrelo ahora