25. El poder de la amistad

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No me puedo levantar de la cama de lo mal que me encuentro, no he salido de mi habitación ni para comer. Mi estómago está cerrado y no creo que me entre nada durante unas horas, o incluso días.

Canciones de Olivia Rodrigo resuenan en mis auriculares, sé que me estoy torturando a mí misma oyendo estas canciones tan dramáticas, pero no lo puedo evitar. Porque ayer mi chico del café me confesó que no está enamorado de mí y que nunca lo estaría y, aunque al principio parecía que estaba mintiendo, me miró a los ojos al pronunciar esas palabras así que es verdad.

No tengo ganas de salir de casa nunca más, y menos de pisar Daisy's. Además, Dani no quiere mi ayuda para solucionar lo que ocurre en su casa. He tenido muchas tentaciones de ir a la policía y denunciar a su padre, pero sé que, si hago eso, él nunca me lo perdonaría. Tengo que respetar su decisión, aunque eso implique que su padre le siga pegando.

Ya no es de mi incumbencia, ya se ha acabado todo. Solo quiero olvidarme de él, de sus caricias, de sus besos y de sus palabras; porque todo era mentira y yo me lo creí como una niña tonta.

De repente alguien pica a mi puerta, pero, en vez de contestar, subo más el volumen de mis auriculares para no tener que escuchar a nadie.

–¡Laia! –mi madre me quita el auricular.

–¿Qué haces? –contesto enfadada.

–Apaga la música y escúchame.

–No quiero, déjame en paz.

Me vuelvo a poner el auricular y mi madre me arrebata el móvil apagando la música.

–¿Qué coño haces? ¡Dámelo!

–¡Esa boca! –me advierte– Escúchame un segundo.

–¿Qué? ¿Qué quieres?

–Han venido tus amigas a verte.

Mierda, lo que me faltaba.

–¿Cómo? ¿Están aquí?

–Están abajo esperándote.

–Diles que no estoy.

–Demasiado tarde –contesta Brooke entrando con Abby.

–Os dejo solas –dice mi madre.

Me devuelve el móvil y yo, frunciendo el ceño, me tapo con la manta. Noto como mis amigas se sientan en mi cama sin decir nada.

–Iros –pronuncio.

–No hasta que hables con nosotras –responde Brooke.

–Estábamos preocupadas, no nos contestabas a los mensajes y hoy me he encontrado a tu madre en el supermercado –explica Abby–. Me ha dicho que ayer llegaste a casa muy triste y te encerraste en tu cuarto sin querer cenar.

–No tengo ganas de hacer nada.

–No tienes porqué hacer nada, simplemente estaremos aquí –comenta Brooke.

Se sientan las dos a mi lado y apoyan su espalda en la cabecera. No dicen ni una palabra más y el silencio sepulcral me está matando, así que me quito la manta de encima y me incorporo.

–Dani no está enamorado de mí –pronuncio.

Ellas me miran frunciendo el ceño y decido explicarles lo que pasó en la playa. Cuando termino, Brooke se levanta y busca algo en una bolsa que ha traído; saca tres cucharas y una tarrina grande de helado de vainilla con masa de galleta. Se vuelve a sentar y me tiende una cuchara.

–Haz los honores –me dice.

Abro la tarrina y saboreo la primera cucharada. Comemos las tres en silencio sin decir nada durante unos minutos hasta que les pregunto:

SIEMPRE FUISTE TÚDonde viven las historias. Descúbrelo ahora