3. La rubia y la pelirroja

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Me despierto y miro el reloj mientras me froto los ojos. Vaya, he vuelto a dormir demasiado, ya es mediodía. Es viernes y solo me queda un fin de semana para disfrutar de la libertad, ya que cuando empiece el instituto todo será estudio, estrés y más estudio.

Voy al baño y aprovecho para ducharme antes de la comida, tengo que acostumbrarme a levantarme antes porque si no me dormiré el primer día de clase. Hoy quedo con mis amigas para salir en bicicleta, ya que aún hace buen tiempo. Cuando salgo de la ducha, me seco y me pongo un vestido de color lavanda con flores blancas. Tengo muchas ganas de otoño, solo para poder lucir mis sudaderas calentitas y cómodas.

Son casi las dos del mediodía, así que bajo las escaleras para ir a la cocina. Mi madre está poniendo la mesa mientras mi padre está sacando un pescado con patatas que ha hecho al horno. Clara deja en la mesa unas galletas con pepitas de chocolate que ha preparado ella misma. También tiene mucha mano para la cocina, huele que alimenta.

–Buenos días, dormilona –dice mi madre.

Me siento en una silla y cojo una galleta antes de que mi hermana me lo pueda impedir.

–¡Lali, es para el postre! –se queja.

–Gracias, están buenísimas –respondo.

Ella frunce el ceño y se sienta enfrente de mí, aparta el plato de galletas de mi alcance y lo deja al lado suyo.

–¡Solo he cogido una! –digo.

–Conociéndote, antes de acabarnos el pescado ya te las habrías comido todas.

–Eso no es del todo cierto... –respondo intentando disimular una sonrisa.

Clara pone una servilleta por encima de las galletas como si fueran a desaparecer mágicamente.

–No eres maga –la molesto.

–Veo que no eres tonta –responde.

Es inteligente hasta cuando discutimos, con sus contestaciones me quedo sin argumentos.

–Laia, deja de molestar a tu hermana –ordena mi madre.

Yo la ignoro y empiezo a jugar con un tenedor, mi padre pone el pescado en la mesa y empezamos a comer.

Cuando terminamos, guardo las tres galletas que han sobrado en mi mochila pequeña y la pongo en la cesta de mi bicicleta color azul cielo. Pedaleo hasta el centro del pueblo, me paro en la plaza y espero a mis amigas. Oigo un chillido de alguien y enseguida sé que es Abby, quien corre hacia mí acompañada de su bici y pienso que se va a caer, pero por suerte no pasa.

–¡Lia, no sabes cuánto te he echado de menos! –me abraza.

–¡Yo también!

–¿Cómo está tu familia de Barcelona?

–Todos están bien, por suerte.

–¿Tu prima también?

–Sí, está en tratamiento y sé que muy pronto se curará.

–Me alegro mucho.

–¿Cómo fue por Vermont?

Como son tantos hermanos no pueden viajar muy lejos, así que se fueron a un pueblo del estado de Vermont.

–¡Muy bien! Vimos muchas cosas y disfrutamos mucho en familia –sonríe.

–¡Qué bien!

¡Bitches!

Oímos la voz de Brooke, quien se acerca con su bicicleta negra por la plaza. La deja caer con un sonido estridente y viene a abrazarnos. A ella no le gusta nada el contacto físico, pero con nosotras hace una excepción.

SIEMPRE FUISTE TÚDonde viven las historias. Descúbrelo ahora