4. El chico deportista

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Me levanto sobresaltada de nuevo por la alarma, lo primero que veo son las rosas en mi mesita de noche que aún no se han marchitado. Iban dirigidas hacia mí, pero no sé quién las manda ni por qué. ¿Acaso tengo un admirador secreto y no lo sabía? No, eso es imposible.

Me cambio rápidamente poniéndome una blusa, pero observo que en mi armario hay un vestido rojo con flores. En el último momento, decido ponérmelo porque así cuando la persona que me ha mandado las flores me vea, sabrá que las he recibido. Sé que suena patético, pero quiero saber cuanto antes a quién agradecerle, o puede que alguien me esté gastando una broma, que es lo más probable.

–¡Buenos días!

He bajado a desayunar, y esta vez sí que me da tiempo a comer tranquilamente los cereales. Vierto la leche y, a continuación, cojo un puñado de chocoflakes y me los pongo en el bol. Mi hermana enseguida me mira con una mueca de desagrado porque ella siempre pone los cereales primero, pero la forma correcta es como lo hago yo, por supuesto.

–¿Qué tal fue la cirugía? –le pregunto a mi padre.

–Muy bien, gracias a Dios.

–Laieta, no te entretengas –ordena mi madre–. Ya sabes que, si no, llegaréis tarde por tu culpa.

–¿Ahora no puedo ni tener una conversación con mi padre? –replico.

–Claro que sí, pero ya has tardado bastante en arreglarte.

A continuación, se levanta y va a poner en marcha el coche seguida de mi hermana. Me acabo los cereales a toda prisa y le doy un beso en la mejilla a mi padre antes de irme.

Subo al coche, nos atamos el cinturón y vamos hacia el colegio. Mi madre, en un semáforo, aprovecha para preguntarme:

–Laia, ¿de dónde has sacado esas rosas que hay en tu habitación?

No sé qué responder, ya que no quiero que mi madre sea la primera en burlarse cuando piense que me están gastando una broma.

–Me las regaló Agnes, de bienvenida –contesto.

–¡Qué bien! Entonces las pondremos en el salón, para que todos las vean.

Por suerte, mi madre no se extraña porque nuestra vecina siempre nos regala cosas.

–Pero me las dio a mí, no las podéis poner en el salón –contradigo.

–No seas así, quedarían muy bien en la cocina.

–La cocina es de color azul y blanco, además son mías –respondo–. Siento decepcionarte, Ana.

Ella suspira molesta porque no se ha salido con la suya y yo sonrío.

Laia: 2, Madre: 0


Cuando acabamos las dos primeras clases siempre tenemos un descanso de unos quince minutos, donde mis amigas y yo aprovechamos para ir a la cafetería. Cuando entramos, yo no me pido nada porque sé que está todo muy malo comparado con Daisy's, así que prefiero guardar mi dinero para esta tarde.

–Un zumo de piña, por favor –dice Abby.

–Entonces yo le dije que no quería malos rollos, pero siendo el amigo de mi prima nos seguiríamos viendo... –nos va explicando Brooke.

Al parecer, este verano se ha liado con el mejor amigo de su prima, éste se ha enamorado, pero ella no busca una relación seria.

Nos sentamos en la mesa y nos sigue contando:

–Le expliqué mil veces que no sentía lo mismo, pero él insistió hasta que me fui. Entonces va y el otro día me envía una foto besándose con otra chica en una fiesta.

SIEMPRE FUISTE TÚDonde viven las historias. Descúbrelo ahora