14. Otro regalo anónimo

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Ya ha llegado el viernes y la semana que viene tengo los exámenes, los llevo fatal porque no me sé nada. Todo lo de Matthew me ha afectado demasiado, ya no estoy enamorada, pero aún siento algo, eso es lo que me da más rabia. ¿Cómo puedo querer a alguien después del daño que me ha hecho? Me han dicho que es cuestión de tiempo, solo espero que pase rápido.

Bajo a desayunar y me encuentro un sobre en la mesa. Clara levanta la vista y me dice:

–Hoy tendrás que conducir tú, papá y mamá han ido a ayudar al vecino con unas cajas.

–Vaya...

Odio conducir, lo evito a toda costa porque me entra miedo. Cada vez que llevo a alguien dentro, pienso que voy a tener un accidente y que eso pesará en mi conciencia el resto de mi vida.

Veo el sobre que sigue en la mesa y pone mi nombre.

–¿Es para mí? –le pregunto a mi hermana para asegurarme.

–Sí, ha llegado esta mañana con el cartero.

Lo abro y me encuentro una nota dentro que pone: Todo mejorará, Laia.

¡No me lo puedo creer! Después de todo lo que le dije a Matthew sigue mandándome los regalos anónimos, estoy harta y aún más cabreada con él. Pienso echarle en cara todo esto cuando le vea.

Llego a clase e intento concentrarme, pero me resulta muy difícil. Solo quiero ir a gritarle a Matthew porque sigue sin dejarme en paz. 

Suena el timbre que finaliza las clases por hoy y salgo rápidamente para buscarle. Está caminando hacia su coche y yo corro hasta él. Me paro enfrente suyo antes de que abra la puerta y le grito:

–¿Qué no has entendido de dejarme en paz? ¿Acaso te lo tengo que escribir, capullo?

–Pero, ¿de qué hablas?

Intenta dar un paso, pero le freno en seco.

–Para el carro, ¡me vas a escuchar quieras o no!

–Joder, ¿qué mosca te ha picado?

–Tú, eres el puto problema que me sigue persiguiendo. ¡Deja de mandarme los putos regalos, joder!

Me he quedado muy a gusto.

–Pero, ¿de qué regalos hablas? Estás loca.

Saco la nota de mi bolsillo y se la enseño.

–Deja de mandármelas.

–¿Qué coño...? –la mira y frunce el ceño– Yo no te he mandado esa cursilada, madura un poco.

–¿Cómo que no? Todos esas notas y unas rosas el primer día que te conocí, ¿no vas a parar nunca o qué?

Él bufa y me mira cansado.

–Laia, escúchame. Yo no he sido, nunca te he mandado rosas ni regalos a tu puerta. Te estarán gastando una broma, así que enhorabuena, ya tienes con lo que entretenerte.

–Eres tan desagradable que me dan náuseas solo de verte.

–No sentías lo mismo en esa habitación de invitados...

Me guiña un ojo y pongo una mueca de asco.

–Al menos no te forcé, ¿sabes? Podría haberlo hecho.

–¡Eres un gilipollas! –grito.

Liam aparece de repente y empuja a Matthew para que se aparte de mí.

–¡Joder, el que faltaba!

–¿Estás bien, Laia? –me pregunta mi mejor amigo.

–Sí, vámonos.

SIEMPRE FUISTE TÚDonde viven las historias. Descúbrelo ahora