Cuando despertaste aún te sentías cansada, la habitación estaba en la prenumbra debido a que las cortinas estaban corrida y bloqueaban el sol radiante de aquel día.
Medio dormida intentas depejar tu mente y espabilarla pero cuando abres los ojos estos te pican en señal de que quieren dormir más. Luchas por mantenerte despierta ante la tranquilidad que te invade, según tú creías habías pasado uno o dos días durmiendo pero aun así te sentías cansada y adolorida de forma agradable.
Inconscientemente pasas la mano por tu vientre mucho menos hinchado y lo recuerdas todo. El parto fue largo y pesado, habías dado a luz a un niño, a el hijo de el Rey Bajo La Montaña, a pesar de ser recién nacido recuerdas que ya tenía abundate pelo negro como el de su padre (te alegraste de saber que heredó más sus genes enanos que tus humanos) Sonriente aunque agotada te levantaste con cuidado y te pusiste de pie quedándote unos momentos observando la habitación vacía, hay demasiado silencio:
"Le abrán cambiado de habitación para que pueda descansar" Pensaste.
Fuiste en busca del pequeño. No podía estar muy lejos, así que abriste la primera puerta que havía al lado de tu habitación y ahí estaba la cuna bajo el sol. Te dirigiste hasta ella y observaste a tu hijo, la ventana estaba abirta y soplaba una pequeña brisa de verano, podrías jurar que oíste la melodía de Misty Mountains cantada por un voz grave y profunda proveniente del viento, pero tal vez solo fueran imaginaciones tuyas, cogiste al pequeño y lo llevaste abajo.
Era una amplia sala con numerosas estatuas representado a reyes enanos del pasado y te paraste en una, la más reciente. Con tu hijo en brazos observaste a la estatua en silencio y sonreiste con tristeza a punto de llorar:
-Frerin- Dijiste simplemente sonriendo a la estatua moviendo un poco al bulto de tus brazos. Frunciste el ceño intentando no llorar a la vez que parpadeabas rápido mientras aún seguias ahí sola, de pie. A él le hubiera gustado el nombre, el de su hermano menor fallecido en la batalla de Azanulbizar.
Te sentiste observada y te giraste con la cara algo roja pero ya sin lágrimas y viste a un enorme y peludo lobo negro de ojos...azules. No supiestes porque, pero no te inspiró ningún temor aquel imponente animal. Con el rostro inexpresivo te sentaste en el suelo y el lobo se dirigió hacia ti sentándose enfrente tuyo, abriste un poco más los brazos y le mostraste a Frerin, él lo observó y muy delicadamente frotó su nariz contra la frente del bebé y luego levantó la cabeza.
-Frerin-Le susurraste al lobo. Podías jurar que aquel animal había sonreído pero era imposible. Tú sonreíste y empezaste a rascarle la garganta al animal de abajo a arriba, él inclinó la cabeza hacia atrás y tú sonreíste más, de felicidad.
A él le gustó, le gustó el nombre.
Desde aquel día, el lobo de ojos azules os acompaño a tí y a Frerin a todas partes. Todos sospecharon de aquel animal tan noble e imponente más no digeron nada pues era tu deseo que permaneciera a tu lado.
Cuando tus años humanos pasaron factura dejaste a Frerin a una edad enana muy temprana. Él algo más que un niño, había heredado el carácter de su padre así que decidió que permanecieras para siempre al aire libre fuera de la montaña, donde él sol pudiera brillar junto a ti y donde pudieras verle crecer, la Colina Del Cuervo.
El lobo permaneció sentado en tu tumba por el día y auyó por las noches, un reclamo de pena y tristeza absoluta, un auyído grave y profundo, sereno y constante, significaba mucho más de lo que parecía, un auyído de anhelo, de desespero, un lamento por el amor perdido...
Un dia, el gran lobo negro alzó su mirada triste hacia la luna y se dejó caer sobre tu tumba, cerró los ojos y así, desapareció.