Bilbo
Me dolía.
Me dolía alejarme.
Me hubiera gustado quedarme para ayudarles a reconstruir Erebor, pero, ¿como iba a construir yo nada estando completamente destrozado?
Me despedí con una pequeña broma intentando animarles y haciéndoles creer que estaba bien, pero no lo estaba; afortunadamente se lo creyeron, o al menos no sabían cuan roto estaba en realidad.
Me fui de allí en un acto completamente cobarde y egoísta, ¿acaso ellos no sufrían? ¿acaso a ellos no les dolía? Pues claro, claro que les dolía. Pero solamente quería volver a mi casa.
Me asustaba permanecer allí, no quería que me vieran llorar. La única razón por la que me fui era porque quería llevar mi dolor asolas.
Me concentré en aparentar normalidad durante los meses de viaje en los que Gandalf me acompañó, pero sabía que él conocía mi estado, él lo sabe todo. Sin embargo estuvo más callado de lo normal, creo que me oía llorar por las noches y conocía mis pesadillas, pero no me importó que no me diera conversación, más bien lo agradecí, no quería hablar del tema.
Me dejó a los límites de mi tierra para seguir viajando por su cuenta, por lo que pude intuir, tenía asuntos pendientes.
Me quedé observando como se marchaba hasta que su silueta desapareció de mi vista. Por un momento me sentí insignificante y completamente solo.
Me encaminé de nuevo hacia casa, estaba cansado y quería llegar cuanto antes.
Me sentí extraño al ver de nuevo mi aldea. La notaba diferente; la hierba no era tan verde como recordaba, los pájaros ya no entonaban una canción alegre y el sol brillaba menos que antes y su calor, no me reconfortaba como un abrazo.
Un abrazo...
Me sorprendió mucho ver a la gente salir de mi casa con mis muebles y objetos personales entre sus manos. Estaban subhastando mi casa y mis posesiones, lo que me faltaba... Decidido a recuperar mis cosas más tarde abrí la puerta de mi casa y entré.
Silencio.
Me molestaba como llenaba mis oídos y envolvía toda la casa, abosolutamente toda.
Me adentré más en ella y llegué al comedor.
Vacio.
Frio.
Ese mismo día recuperé todas, o más bien casi todas, mis posesiones.
Esa misma noche me quedé horas delante de la puerta, esperando a que alguien hiciera sonar la campana.
Soledad.
Lloré las horas restantes al amanecer, siempre delante de la puerta.
No tenía ganas de comer.
No tenía ganas de fumar.
No tenía ganas de dormir.
No tenía ganas de vivir.
Me pasaba los días delante de la puerta, sentado en el sillón mirando la chimenea apagada o en mi cocina siempre atento a la ventana.
¿Cuanto más aguantaría con vida? Me preguntaba. Me sentía como ausente, ausente e indiferente frente a todo lo que pasaba a mi alrededor.
No recordaba como había llegado a mi cama pero al despertar estaba tumbado sobre la colcha con la misma ropa que ayer y ante ayer y...no se cuantos dias. Me incorporé y me pasé la mano por el pelo, estaba revuelto y lleno de nudos.
Me acerqué al borde de la cama y vi como mis pies colgaban en el aire, suspiré y miré por la ventana de mi habitación. Sol. ¿Es que todos los días parecían alegres allí o se suponían que tenían que serlo?
Eso era muy frustrante. ¿Por qué el mundo seguía girando? Apreté con rabia la colcha con los puños cerrados ¿Por qué estos estúpidos seguían con sus vidas? Llegué a odiarles, a los conocidos, a los amigos, a la família; a todos. Veía a la gente a través de mis cristales y les veía sonreir, y reír, relacionándose. Para mí la palabra felicidad quedaba muy lejana y su significado era ahora, borroso.
El timbre sonó y fue como si mi corazón se detuviera. Corrí por toda la casa hasta llegar a la puerta pero cuando estaba enfrente de ella mi mano a punto de posarse sobre el pomo se detuvo.
Quería abrir, de verdad quería, pero tenía miedo de lo que podría encontrar al otro lado. Nada.
-¡Señor Bolsón!- Se oyó una voz al otro lado de la puerta. Sin saber porqué apreté los dientes, fruncí el ceño furioso y abrí la puerta de sopetón.
Iba a ponerme a gritar como un demente pero vi a un hobbit con un niño de unos 3 años cogido de la mano. Los miré aun con el ceño fruncido algo confundido esperando a que dijera algo.
-Lamento comunicaros que su primo Bungo y esposa han muerto. Usted tendrá que hacerse cargo de su hijo- Y sin nada más que decir soltó la mano del pequeño y se marchó.
Me quedé observando como cruzaba mi jardín y después bajava la colina hasta desaparecer.
Mi primo Bungo había muerto. ¿Que iba a hacer yo ahora al respecto? Creo que el dolor me había hecho indiferente a todo, pues no reaccioné como creía que iba a hacerlo, como haría una persona normal ante la muerte de un ser querido. Es cruel admitirlo, pero en por un momento pensé: "¿Y qué?"
Poco a poco iba entrando en cólera. ¿Ahora yo tenía que sentirme afectado? ¡Nadie se sintió afectado aquí cuando ellos murieron! ¡Nadie se sintió afectado cuando él...! murió.
Sentí como la desesperación y la impotencia me envolvian irremediablemente y un nudo aparecia en mi garganta.
No era justo. Yo le vi morir... Murió en mis brazos, vi como lentamente se le escapaba la vida, como se le apagaba la voz, como poco a poco el brillo de sus ojos desaparecia... A pesar de pedirle que aguantara y que esperara a las águilas, él me miró a mi; se quedó mirandome hasta que...Nunca podré olvidar el hecho de que fui lo último que vio, de que a pesar de que el dolor físico y psicologico le invadiera él me sonrió hasta que se le acabaron las fuerzas.Nunca se lo dije.
Miré hacia abajo y vi que el pequeño me observaba ¿Qué iba a hacer con él? ¿Qué iba a ser de mí ahora? ¿Se podía acabar de desaparecer por el dolor?
Simplemente me dejé caer y empecé a llorar.
Al poco tiempo sentí como el pequeño se sentó a mi lado y se apoyó en mí. De algun modo parecía calmarme un poco.
-Yo también estoy triste- dijo -Papá y mamá estan tardando mucho en venir-
El oír esas palabras me apenó terriblemente. Él no sabía que era la muerte, no sabía que sus padres no iban a volver. No sabía que estaba solo en el mundo. Aquello me recordaba a alguien...
Aun con los ojos llenos de lágrimas, pero más tranquilo, me giré para mirarle y él levantó la cabeza fijando su mirada con la mia.
Tenía el pelo rizado y negro como la noche y unos grandes ojos azules. Unos ojos que había visto antes. Unos ojos que hablavan sin necesidad de palabras.
Me quedé embobado mirándo al pequeño, y de alguna forma sentí como me abría los ojos.
Le dí la mano y le sonreí como pude, lo intenté:
-Bilbo Bolsón-
-Frodo- Me respondió con una pequeña sonrisa.
Aquel momento fue muy extraño. Era la primera vez en mucho tiempo que oí mi voz y también la primera vez que tenía contacto con una persona. Me sorprendió la suavidad de sus manos infantiles y lo agradable que fue la calidez de su cuerpo cuando lo cogí en brazos y le dije:
-Vamos a casa-
Él no era consciente, pero me había salvado.
Espero que os haya gustado el capitulo. Sé que Frodo no llega a la vida de Bilbo de esa forma ni mucho menos pero esto es un one-shoot no? En fin, os comunico que, sí hay segunda parte y espero que os guste tanto como la primera.