Epílogo

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Era un día de invierno en Corea del Sur, en un campamento para los sobrevivientes que yacían entre aquellas “murallas”

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Era un día de invierno en Corea del Sur, en un campamento para los sobrevivientes que yacían entre aquellas “murallas”. Después de un año, parecía ser que la locura había cesado, aunque fuera un poquito. En el aire se respiraba la tranquilidad del momento, la tranquilidad que tanto habían deseado.

El antiguo mitad-monstruo yacía con su amiga la guitarrista y su novio, el mayor creyente en Dios que podía existir, dándole los toques finales a su canción. Después de mucho tiempo estaba lista. Al igual que el corazón del chico que deseaba dejar atrás todo lo que habían pasado.

La tomó en sus manos y observó la letra con partes borroneadas, también observó el nombre de la canción con cariño. No se podía creer lo lejos que había llegado. Jisu se acercó por atrás y colocó su cabeza en el hombro del menor para abrazarlo lentamente, Jayhun hizo lo mismo con ella.

—¿Piensas que estás listo? —preguntó con suavidad, a lo que Hyun asintió, sintiendo las lágrimas amontonarse en sus ojos. Pese a que estaba cansado y adolorido por todo, no se arrepentía de haber llegado hasta ese punto.

Él hizo que el dolor valiera la pena.

—Por favor, Jisu, toca nuestra canción —dijo.

La chica sonrió y dejó un casto beso en la mejilla del joven, entonces tomó la guitarra que yacía sobre la cama y comenzó a tocar la melodía. Aquella que poco a poco se fue expandiendo por el campamento, aquella en la que se reflejaban tantos sentimientos puestos que eran capaces de derretir hasta el corazón más duro. La canción llenó los oídos de Hyun, lo adormiló mientras sus recuerdos se convertían en las mariposas que aparecían en la primavera.

Recordó que, a pesar de todo, seguía enamorado. ¿Cómo y cuánto lo había hecho? No lo recuerda. Lo último que yace en su mente antes de que todo se convirtiera en colores es cuando quería odiarlo, cuando anhelaba odiarlo por su actitud hostil hacia él. Pero esa también fue una máscara. Quizá para protegerse él mismo, o a los demás. Ya no lo sabía. Sin embargo, Hyun lo aceptó. Él también quería que lo vieran como no era para que nadie lo lastimara. Para que nadie tocara su corazón y lo hiciera trizas como los demás.

Y esas cosas seguían siendo recuerdos que lo convirtieron en lo que era. Ya no era un monstruo, ya no era un niño. Era él. El que siempre había querido ser.

Las notas en sus oídos comenzaron a menguar al llegar, la canción estaba terminando, y aquella tranquilidad duró unos pocos minutos antes de que los pequeños niños llegaran corriendo hacia la carpa avisando que algo venía. Quiso pensar que él volvía. Que no era una alucinación de su mente como todas aquellas que a veces lo hacían sufrir. Se levantó con un estrépito ruido y salió disparado hacia afuera con las lágrimas rodando por sus mejillas. Corrió sin detenerse hasta la torre de vigilancia y se trepó para ver que era aquello.

Fue ahí que lo vio y su corazón volvió a latir con fuerza. Fue allí que supo que todo estaría bien, mucho más que antes.

Primero notó sus pies descalzos en la nieve y subió su vista por aquella tela que lo cubría. Sabía quién era, pero aun así quiso comprobarlo. Lo vio, aquel cabello grisáceo que en ese momento estaba más largo, también vio aquellos ojos achinados que esta vez no tenían lentes para ocultarlos y lo miraban atentamente. Se fijó en aquellos labios que solo una vez lo habían tocado, pero que, no sería la última. Y lloró al verlo sonreír. Lloró mientras bajaba a tropezones de la torre con Byeong-li tras él.

La puerta fue abierta por completo y él corrió hacia afuera de la seguridad del campamento con los demás siguiéndole el paso. Se lanzó en sus brazos y pasó los suyos por su cuello tras la capucha hecha con aquella tela. El otro joven lo tomó contra su cuerpo, dando indicios de que no quería soltarlo por mucho tiempo.

—Eres un estúpido, Hyuk.

—Yo también te quiero, Hyun.

Aguantaron la mirada puesta en el otro por miles de millones de segundos, recordando todo lo que habían vivido, y allí, bajo la nieve que les caía, se besaron. Fue débil, al principio, un simple toque de piel con piel que, sin saberlo, ambos necesitaban tanto. El calor de Hyun se transmitió al recién llegado como una oleada de presión contra su cuerpo. Cada molécula que antes parecía muerta volvió a la vida, cada segundo que volvía a tocarlo sentía que todo lo que había hecho estaba bien, porque por fin lo tenía en sus brazos. 

Por fin estaba en casa.

Aun si eso significaba haberse transformado en un horrible monstruo y haber vivido en un mundo de fantasías que a veces llegaba a opacar la realidad. Todo lo que había hecho terminaba allí, en ellos. En él. ¿Y por qué él? Quizás nunca lo sabría. Pero estaba seguro que quería comprender por qué la vida lo había puesto en su camino, y por qué Hyun, pese a todo lo que hizo, lo seguía queriendo.

Se separaron un poco, aquella pequeña presión todavía retumbaba en ambos corazones y rápidamente se dieron cuenta de la situación en la que estaban. Hyun se soltó como si el cuerpo del otro quemase -aunque así hubiese sido por unos segundos que parecieron eternos, en el buen sentido -, y dejó paso a la hermana del chico, quien se abalanzó hacia él y lo abrazó hasta desear estrangularlo. Hyuk la dejó ser, era lo que merecía.

—Te mataría, pero no quiero quedarme sin hermano y dejar a Hyun sin pareja —dijo esta entre dientes a lo que Hyuk sonrió.

—No lo hagas, Eun. Déjame disfrutar de él —terminó por susurrar a lo que la pelirroja asintió completamente segura de lo que se refría su hermano.

Después de aquella cálida bienvenida, Hyun lo tomó de la mano para arrastrarlo hacia adentro del campamento con miles de preguntas atoradas en su boca, bajo las atentas miradas de las personas que, lejos de ser hostiles, los veían con una sonrisa. Estas los saludaron y suspiraron una vez que pasaron a su lado, todos estaban completos al fin.

Ojalá siempre fuera así.

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El Rey de los Monstruos Donde viven las historias. Descúbrelo ahora