Capítulo 8: fantasías

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Fuimos bajando de piso, al principio todo estaba tranquilo, sin rastros de monstruos

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Fuimos bajando de piso, al principio todo estaba tranquilo, sin rastros de monstruos. Fue extraño, y también un poco incómodo considerando que no hablábamos de mucho. El silencio gobernaba nuestro andar, imponiendo su majestuosidad. Y quizás en otro momento me hubiera encantado tal cosa, no tener que hablar con nadie y ser solo yo contra el mundo, pero ahora eso no me gustaba. Por cualquiera que haya sido la razón, quería que ellos vieran cuan bueno era. Que no era su enemigo y que no iba a comerlos. Pese a eso, el silencio y tranquilidad duró poco, pues al llegar al piso 11/10, el olor a sangre comenzó a llenar nuestras focas nasales.  

Los chicos iban frente a mí, como dos adultos que deben cuidar de su familia. No parecían tan hostiles después de conocerlos un poco, por lo menos, no me habían amenazado con un bate otra vez. Era obvio que no nos íbamos a llevar de maravilla luego de dos horas de conocernos, en lo absoluto, hay cosas que no coincidían con nuestras personalidades. Pero al menos no me querían matar con la mirada cada que mi respiración se aceleraba con cada bajada (hace tanto tiempo no hago ejercicio, supongo que para estas situaciones es esencial).

Jisu, la chica María, era una persona rara. Ciertamente, no recuerdo conocerla de ningún sitio, pero su presencia parecía familiar. Al contrario de su actitud. Aunque si yo estuviera en su situación (humanos luchando mano a mano con un casi monstruo) estaría igual. Después de dar una idea de revisar un piso que habían decidido saltar por razones de seguridad. Fruncí el ceño por la respuesta de Jisu (fue un tanto molesta), sin embargo, callé mi boca y no dije nada. ¿De qué iba a servir? Mejor evitar los problemas. Ya tenía suficiente conmigo mismo.

Una vez más bajamos la escalera, piso diez a nueve, y grata sorpresa fue la que nos llevamos al ver el cuerpo de un hombre. Un suspiro de alivio abandonó mis labios al saber que era solo un cadáver, y por eso me asusté. ¿De verdad ver eso me había aliviado? ¿Qué demonios? Estuve a nada de atragantarme con la saliva que producía mi boca ante el pensamiento.

“Los humanos siempre han sido monstruos disfrazados que se jactan de no serlo”.

Ignorando mi propio asco, me concentré en lo que decían los chicos, que comprobaban el cuerpo sin vida. Tal parece que no llevaba mucho tiempo en ese estado, ya que su sangre, según ellos, estaba aún caliente. La chica rebuscó entre su ropa, encontrándose con un cargador, una barra de chocolate y, por último, una billetera. Ella debió sentir mi mirada sobre sus movimientos, pues giró su rostro, decidida a “explicarme” que no se la quedaría.   

Quise excusarme de que no pensaba eso de ella, que simplemente estaba mirando por mirar pero que no pensaba que fuera ladrona, sin embargo, no me dio el tiempo, pues, sin previo aviso, lanzó la barra hacia mis manos. Ella no quería mi explicación, no me quería escuchar. Tomé la barra entre mis manos, claro que lo hice. Él estaba muerto, yo seguía vivo, la necesitaba más yo. Jisu me preguntó si se la devolvería al dueño, ni siquiera lo reflexioné y guardé la barra en mi bolsillo.

—Listo, ahora eres mi cómplice —. Agaché el rostro tras su respuesta, me hacía sentir tan tonto algunas veces. Me hacía sentir que ella tenía un poder sobre mí que ni siquiera yo conocía.

El Rey de los Monstruos Donde viven las historias. Descúbrelo ahora