Capítulo 8: en el medio

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Llevaba una cuenta de los días en los que sobreviví solo: era casi una semana y media

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Llevaba una cuenta de los días en los que sobreviví solo: era casi una semana y media. Podría decir que estaba bien, ya que luego de cazar (con muchísima suerte) a un pobre conejo, me establecí en aquel arroyo que me proporcionaba agua y recuperé fuerzas. Mi piel dejó de arder al cuarto día de estar allí, pero después tuve que comenzar a caminar. Mis ganas de comportarme como un cavernícola terminaron ese día. Y todo fue bien, llegué hasta una ruta y por mero capricho mío inicié otro viaje por el campo. ¿Para qué? Aún me lo pregunto. Antes de eso había encontrado a una familia siendo devorada por un monstruo, por lo que maté a este y conservé lo que ellos tenían.

Casi nada, pero fue bastante como para seguir mi camino. Todo estaba yendo bien, así era. La compañía de Ander no me desagradaba tanto como antes, ni mucho menos. Casi no hablaba, para mi propio bien.

No, nada estaba yendo bien.

Ese campo de cosecha en el que estaba, mejor dicho, en la parte misma de las cosechas, estaba lleno de monstruos ansiosos por hincarme el diente. Cerca de unos diez en distintas partes. Era pelear con uno, ganar, y luego ir y pelear con otro, pero al que le ganaba antes se volvía a levantar y así sucesivamente hasta que ya no pude ni con mis propios huesos y lo más sensato que se me ocurrió fue salir corriendo en dirección contraria con una horda de monstruos tras de mí. Mi sangre parecía correr a toda velocidad por mis venas, y alguna que otra caía sobre la tierra dejando un rastro que los monstruos seguirían más tarde.

El arco rebotaba en mi espalda, reflejando a mi corazón frenético. No estaba asustado, mas bien, enojado de no poder acabar con ellos, y las burlas de mi monstruo no servían de nada. La cólera comenzaba a burbujear dentro de mí, y entre aquellas siembras de maíz, lo único que deseaba hacer era explotar unas cabezas. No podía pensar en nada más, no quería pensar en nada más.

Izquierda

Mi puso se aceleró al notar movimiento delate de mí, el pensamiento que me guio llegó antes de lo deseado y giré hacia la izquierda: el monstruo cayó de fauces contra la tierra, quebrando sus dientes. Sonreí, por alguna razón lo hice y volví a correr. Me hubiera gustado crear una cuchilla con mi brazo y clavárselo en el cuerpo, pero eso sería una pérdida de tiempo que no estaba dispuesto a correr. La siembra parecía querer ahogarme entre el maíz, hacerme desaparecer hasta que ya no quedase rastro de mí.

Derecha

Esta vez me tocó a mí caer y rajarme la mano contra un alambrado de púas, el monstruo pasó rodando a mi lado. La pérdida de sangre comenzó a nublarme la vista, sin embargo, no fui capaz de detenerme y, de una forma demasiado dolorosa, pasé entre el alambre que dividía el campo de cosecha de la calle poblada de casas. Un suspiro escapó de mis labios, pero no fui capaz de sentirme tranquilo al sentir como el monstruo emergía tras de mí. Impuse una distancia bastante grande entre los monstruos y yo, tomando el arco junto con una flecha.

El Rey de los Monstruos Donde viven las historias. Descúbrelo ahora