Añico 1: el intruso

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El lord estaba furioso

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El lord estaba furioso. Se supo en el instante que el rojo del vino cayó de las manos de un sirviente y se desparramó sobre los invitados. Ellos gritaron insultos, que tuvieron que callar cuando el jefe de la casa alzó la mano.

Dijo entonces, con voz serena:

—Eres nuevo.

Los sirvientes que yacían ahí cayeron de rodillas, haciendo eco sobre el suelo de madera. Sabían que cuando su amo hablaba así, iba a suceder algo malo. No obstante, el infeliz que había volcado vino, se mantuvo firme delante de él.

—Lo siento, mi señor —aulló, con voz cauta. Cruzó las manos en el abdomen e hizo una corta reverencia. No hubo una sola nota de arrepentimiento en su voz.

—Acabas de desperdiciar un vino muy costoso —añadió, tomando un poco del que quedaba en su vaso —, ¿lo sabías?

—Sí, mi señor.

Los demás señores nobles, impactados por lo descortés del sirviente, se levantaron de la mesa.

—Eres tan raro.

Él elevó las comisuras de sus labios hasta sonreír, y entonces, el vaso que tenía en sus manos se hizo añicos, y la sangre comenzó a caer. Hubo más gritos de histeria, sirvientes que corrían buscando algo para ayudar a su amo. Invitados tan disgustados por la situación, que se apilaban unos a otros lejos del hombre. Sabían que, cuando él se comportaba así, algo iba a ocurrir. Para bien o para mal.

Fue solo un segundo, un cerrar y abrir de ojos para los demás, pero el suficiente tiempo para aquel hombre que tomó con rapidez su espada y se la enterró en el estómago a aquel sirviente que se le había lanzado. Un aroma nauseabundo comenzó a llenar la habitación junto con la sangre negra que abandonó el cuerpo del sirviente. Y se hizo el silencio; nadie dijo ni hicieron nada hasta que, de repente, aquel cuerpo, mutó en diferentes formas.

—Ah, uno nuevo —dijo el lord, tan sereno y calmo, sin inmutarse por el corte en la mano —. Lo lamento, queridos invitados, pero era mejor acabar con este monstruo antes de que se comiera a alguno de ustedes por la noche.

La muchedumbre de lores reverenciaron al hombre, tan agradecidos como asqueados por la situación. En aquellos tiempos, los monstruos eran capaces de hacerse pasar por cualquier ser humano, y el único con la capacidad para detectarlos yacía frente a ellos: apoyado sobre la espada que atravesaba al monstruo.

Había salido de la nada, como el suave sonar de una canción. Trajo consigo riqueza y honor, y los salvó del inminente desastre. No había defecto alguno en él, era perfecto.

—Por favor, les pido que se retiren inmediatamente. Mis sirvientes los llevarán sanos y salvos a sus hogares —pese a que no lo dijo, era una orden. Golpeó la madera del suelo varias veces consecutivas para lograr que la servidumbre volviera a cumplir con sus tareas. Ninguno de ellos se movió. La sonrisa en el rostro del hombre declinó un poco —. He dicho que los lleven a sus hogares, ¡ahora! Quiero a todo el mundo fuera de esta habitación ya.

El Rey de los Monstruos Donde viven las historias. Descúbrelo ahora