Capítulo 7: ¿por dónde empezar?

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Pasaron cerca de dos días desde que nos estrellemos en aquel lugar

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Pasaron cerca de dos días desde que nos estrellemos en aquel lugar. Luego de eso, comenzamos a caminar y caminar, hasta que llegamos a una ruta. El estómago nos rugía a todos, pero no nos detuvimos ante el primer indicio de hambre. Seguimos avanzando, aunque ya no lo queríamos hacer, aunque el agua no había tenido contacto ni con nuestra garganta ni piel.

Supongo que eso significa querer vivir: avanzar sin importar qué.

No obstante, pese a nuestros esfuerzos, las ganas se fueron yendo. Yeong se desmayó a mitad del segundo día, así que nos apresuramos más por encontrar un lugar donde estar. Al estar en una ruta las cosas fueron más fáciles en ese sentido, llegamos a encontrar varias casas que parecían deshabitadas a primera vista. Habían tiendas y más, pero sin ni una pista de gente viva. Un escalofrío recorrió mi cuerpo. Corea se había convertido en un lugar inseguro. Horrible y apocalíptico. Donde si mostrabas la más pequeña muestra de debilidad, eras hombre muerto.

Yuri se encargó de cuidar a Yeong en la cantidad de tiempo que nosotros íbamos y revisábamos, al menos las casas más cercanas. Una vez hecho eso, optamos por refugiarnos en el edificio de una tienda de convivencia. Casa arriba, tienda abajo. Lo primero que hicimos fue atiborrarnos de comida, y pese a nuestra hambre, llegamos a comer menos de la mitad de las cosas. Luego de eso nos tornamos para ducharnos, y al menos quitar algo de suciedad. Para ese momento, Yuri había conseguido despertar al niño, que aún permanecía algo mareado.

Cuando tocó mi turno en el baño, estuve bajo el agua fría alrededor de una hora.

Mi cabeza estaba llena de pensamientos. Pensamientos que no estaba tan seguro de querer tener. El estómago lleno no los había apagado del todo, y las ansias de salir, de ir en busca de Hyuk, solo aumentaron. Aumentaron ante la vergüenza que me daba imaginar que nos habíamos llevado todo con nosotros, todo. Y él no poseía nada. Quizás ni siquiera su vida. Di la cabeza contra la cerámica de la pared. La frente me ardió, y la sangre comenzó a bajar por ella.

Al menos eso me hacía sentir vivo. Me daba esperanza y a la vez me aterraba porque no era un sueño. Todo lo que había ocurrido era una verdad, una certeza, una locura.

Eun me llamó (gritó más de diez minutos, dichos tales en los que la oí, pero no quise salir), con la voz urgida diciendo que necesitaba ir al baño. Oí su voz esa vez, terminando por ducharme y curarme la herida en la frente. Al salir, mi cuñada quiso llenarme de sus preguntas, no obstante, pasé de largo a su lado, ignorándola. Observé la casa, era modesta. Poseía las cosas necesarias para vivir y nada más.

El estómago me rugió, esta vez de nervios. Así que abandoné la casa para bajar hasta la calle. Comencé a caminar en dirección contraria a por la que habíamos venido. Minutos después, respiré el aire, el olor a podrido inundó mis fosas nasales. No quise ver qué era, o a qué pertenecía ese hedor, pero tuve que suprimir mis ansias de huir e ir hacia este. Debía cuidar de ellos, aunque ellos no cuidaran de mí. Caminé cerca de una cuadra cuando el olor se volvió aún más insoportable, venía de dentro de una casa. La bilis se estancó en mi garganta, a punto de salir de mi cuerpo. Era asqueroso. A paso lento, me fui acercando a la puerta de entrada, ahogado por la sensación de repugnancia.

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