Añico 2: Niño

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—Entonces, ¿qué eres? —preguntó el señor, tomando un sobro de vino

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—Entonces, ¿qué eres? —preguntó el señor, tomando un sobro de vino. Al dejar el vaso sobre la mesa, dirigió su mirada hacia el muchacho que estaba frente a él.

Era un niño apenas. Escuálido, pálido, y con una increíble mirada de terror en sus ojos.

—¿Disculpe, mi señor?

—¿Qué eres? —repitió, siguiendo con su mirada cada parte del cuerpo de aquel chico. No se había equivocado la noche anterior, era hermoso. Más hermoso de lo que un demonio pudo haber aparentado ser.

—No creo entender a qué se refiere. Soy humano —ladeó la cabeza, sin entender, y luego al darse cuenta a lo que se referia el señor, abrió los ojos de tal forma que parecía que pronto se le saldrían. Luego se izó hasta quedar en pie y se dejó caer en una reverencia ante su señor —. Le ruego me crea, no he sido manchado por los demonios en ningún momento.

El hombre tragó saliva de forma inmediata. No esperaba ese tipo de reacción por parte de él.

—¿Cómo sobreviviste ahí fuera? —inquirió, con el tono de voz más sedoso que pudo.

La noche lo había dejado exhausto, pero necesitaba hablar con él y saber de donde había salido aquel niño. Más importante aún, cómo había sobrevivido a la tierra muerta que yacía tras las murallas.

—Le ruego me disculpe, mi señor, pero no lo recuerdo.

La frente del muchacho cayó hasta chocar contra la madera del suelo. El señor creyó oportuno decirle que si continuaba así iba a cavar un agujero en su hogar, pero lo evitó. Quería saber qué iba a hacer a continuación.

—Creo que no puedo entenderte, niño.

—Lo último que recuerdo es que estaba en un bosque, entonces comencé a oír ruido, y llegué a su tierra, mi señor.

El hombre frunció el ceño, claramente enfurecido. ¿Cómo se creía capaz de engañarlo de esa forma? ¿Quién era para mentirle a él, Hyuk Lee? Pudo haber saltado sobre el joven y acabado con su miserable vida de una vez, pero hubo algo que lo evitó. Así que, resignándose a que no podía irse y dejarlo solo, decidió continuar con el interrogatorio. Pyeon ya lo había hecho antes, no obstante creyó que era mejor que él hablara frente a frente con el niño.

Estaba mal, lo sabía. Sin embargo, necesitaba verlo. Admirar el rostro puro y oír esa voz tan angelical.

—¿Y qué pasa con los monstruos?

El hombre notó como el cuerpo del muchacho se tensaba ante esa pregunta. Alzó una ceja, incrédulo. Había algo que no cuadraba.

—Mírame a los ojos, niño —ordenó, con un tono de voz autoritario. Y el niño así lo hizo —. ¿Qué hay ahí fuera?

—Monstruos mitad hombre, mi señor —. Los vellos del hombre se erizaron ante las palabras del chico —. Hay miles de ellos, unos más feroces que los otros. Hay muerte. Hay dolor y miseria.

El Rey de los Monstruos Donde viven las historias. Descúbrelo ahora