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—Señor mío.

Minho, con toda arrogancia y desprecio desde su trono miró hacia sus pies, viendo a aquél hombre de su manada, completamente corrompido por su magia. Sus ojos eran morados, casi yéndose para el fucsia, había un movimiento constante en estos, como si de una misma nebulosa en sus ojos se tratara.

—Habla, ¿qué es lo que quieres? 

Aquél hombre, tembloroso y con las manos juntas vio como de las paredes y huecos en los techos y esquinas salían aquellos monstruos, observándolo con atención y oliendo su miedo. Esas cuencas vacías en sus ojos dentro de ese cráneo le daba escalofríos.

—Las hembras están ansiosas por comida, necesitan más para poder alimentar a las crías y que están crezcan con rapidez.

—Ordena a los carroñeros a que les traigan más niños. Sus inocentes almas son las que proporcionan más alimentos.

—Entendido, mi señor. —dicho esto, hizo una reverencia y dio la media vuelta marchándose del santuario.

—Tú. —Minho señaló a una de las hembras que yacía gruñendo sin parar debido al hambre. Esta se acercó hacia él ante su llamado con lentitud y, por más irónico que suene debido a su grotesca apariencia, con elegancia—. ¿Tú también lo sentiste verdad? —sonrió—. La espada, la que alguna vez hizo temer a tu especie ha regresado.

La hembra gruñó furiosa.

—Hazme el favor... y ve a conseguirla ¿Quieres? Sé que tú más que nadie quiere destruir esa espada, matriarca.

La contraria dio la media vuelta y salió corriendo del santuario a toda velocidad dejando atrás a Minho sonriendo.

Una vida será tomada.


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La boda es en tres días, y todos estaban emocionados por esta. Los agentes del Sector 6 habían organizado el salón de bodas para su sargento y el prometido de este. El lugar era alto, decorado con telas blancas que caían del techo para conectarse con las columnas. Habían candelabros y lo mejor era que había una gran parte del salón que daba al aire libre, a un hermoso recinto con una pequeña fuente en medio y rodeado de altas paredes de césped.

El menú ya había sido planeado, al igual que la barra libre que se instalaría en una esquina aquél día. Los prometidos yacían en distintos lugares, probándose sus trajes y haciéndoles pequeños ajustes pues se querían ver perfecto el uno para el otro.

Por otro lado, teníamos a ese cuartetos de amigos, bueno, corrección, trío de amigos y un metido a fuerzas.

Moonbin estaba acostado en el sofá con Eunwoo encima suyo con su cabeza en su pecho mientras recibía mimos en su cabellera por parte del contrario. Ambos veían las noticias sobre más desapariciones de niños en las calles de todo el país.

Sanha yacía apoyado en la ventana mirando el exterior mientras que Rocky bajaba las escaleras luego de cambiarse a algo más cómodo.

Había estado entrenando, en contra de su voluntad por supuesto, durante día y noche con tal de poder obtener la fuerza suficiente para poder tener la espada entre sus manos por más tiempo sin que se le quemara el cuerpo y cayera desmayado. Afortunadamente ahora podía descansar un poco por el tema de la boda.

—¿Qué ven? —preguntó pasando por la sala para dirigirse a la cocina y tomar una lata de jugo del refrigerador. 

—Veo como el mundo se sumerge en oscuridad cada vez más.

𝑵𝒊𝒏𝒆 𝑴𝒐𝒐𝒏𝒔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora