VII

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Extendiste una manta en tu patio trasero, recostaste mi cuerpo con sumo cuidado y hundiste tu nariz en mi cuello. Susurraste tus deseos, preguntaste por los míos y te detuviste un instante para contemplar mi aspecto.
Con la yema de tu dedo,
remarcabas, sin remordimientos,
mis defectos.
En cada uno, tu rostro se torcía y tus ojos, ennegrecidos por lo que considerabas mi fealdad, se apagaban.

Sicofante, perdón por no alcanzar la perfección.

Incrustaste tus dedos en el centro de mi pecho,
arrancaste mi corazón y, con él, mi apetito.
Deslizabas tu mano por mi abdomen,
a pesar de que te dije mil veces que me incomodaba,
respondiste: "Me gusta cómo resalta tu columna vertebral".

Y ahora... la extraño.

Sicofante, no estoy molesta por eso,
me abriste los ojos.
No tenía idea de que había ganado peso,
ni de que la imagen en el espejo
se distorsionaba.

No tenía idea de que había ganado peso,ni de que la imagen en el espejose distorsionaba

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SicofanteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora