Sicofante, abriste heridas que ya estaban cerradas,
me enseñaste que el amor era sinónimo de destrucción
y que mi belleza no me hacía especial,
me hacía ingenua.
Sicofante,
no eres como los demás,
nadie se hubiera atrevido a tanto,
fuiste una extens...
Esta mañana me tocó limpiar la casa, en medio de tanta basura, las mentiras que proyectaste en cartas, donde profesabas con lujo y detalle todo lo que no sentías por mí.
Remarcaste mis ojos, como las ventanas que dan luz a tus mañanas, mis labios, dulces y chorreantes, cual manzana recién cosechada. Me mentiste con palabras que sabías me gustarían, usaste todos tus trucos, solo para que un día despertaras y decidieras que yo ya no era de tu gusto.
Mandé tus cosas por correo a la casa de tu madre, me deshice de las sábanas que elegiste y de las cortinas que te gustaban. Conservé una de tus tazas, la que te regalé, esa me pertenece, me parece justo, y después de llevar todo, necesitaba recuperar algo mío.
Me preparé un café cargado, odiabas que lo hiciera de esa forma, y me senté encima de la mesa. Disfruté del silencio, de tu aroma aún impregnado en las paredes, observé los muebles, aquellos que reclaman tu tacto, tus libros y tus adornos.
Sicofante, tengo espacio para tus cosas, todavía puedo perdonarte por lo que me has hecho, podemos olvidarlo, y empezar de cero.
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