XXXIV

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La primera vez que tus ojos se encontraron con los míos, mi pecho se llenó de una profunda soledad; nunca había percibido la necesidad de tener a alguien en mi vida, y los años en los que opté por la soledad,
tomaron un nuevo significado.

Cuando nuestras miradas se cruzaron, persistentes,
sentí algo genuino,
y sé que tú también lo sentiste, de lo contrario no te habrías acercado,
ni habrías comentado sobre la forma de las escaleras.

El amor llamó a mi puerta, y al abrirle y dejarlo entrar, observó la casa en desorden y comenzó a limpiar,
reacomodó los muebles que se habían movido desde la última visita,
retiró la foto de quien estuvo antes,
y colocó la tuya,
se enamoró,
y desde entonces, cada día, a cada momento, entraba al salón de mi corazón,
solo para contemplar tu imagen,
estudiar tus rasgos,
e instarme a acercarme más a ti.

El choque que nunca ocurrió,
el tacto ausente que quedó pendiente,
en otro universo sucedió,
pero en el nuestro, solo nos detuvimos,
nos miramos,
y sé que lo sentiste,
ese temor idéntico,
esa incomprensión y ese dolor.

Vistiendo al amor de bondad,
insistiendo en que me lanzara a tus brazos,
en conocerte,
en enamorarnos,
y tras ese primer encuentro,
se sucedieron los demás.

Sicofante, nunca supe,
si fue el destino,
irónico y cruel,
o tu deseo, de tenerme rendida a tus pies.

Sicofante, nunca supe,si fue el destino,irónico y cruel,o tu deseo, de tenerme rendida a tus pies

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