XXXI

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Te supliqué que por favor no me dejaras,
de rodillas y con el corazón al aire,
con las heridas abiertas,
con mis verdades afuera,
y sin dignidad.

"No puedo seguir con esto."
insististe, mientras empacabas tus cartas, tus chistes, tus mentiras y la infidelidad,
me aferré a tu piel, como si aquel acto te hiciera entrar en razón,
y descubrirías después de mucho tiempo, lo enamorado que estabas,
me quebré solo para que me notaras,
para que tus ojos avellana retomen el brillo de la última vez.

Te besé,
pero el beso sabía a salado,
cual manzana podrida, goteaba angustia,
asqueado,
con sabor a otros labios,
me empujaste,
y fue aquel golpe que me hizo retroceder.

Los ojos rojos, inyectados de amor obsesivo,
te acercaste a mí, harto de mi desesperanza y gritaste,
con todo el odio que un cuerpo podía acumular, las palabras más punzantes...

"¿No ves que ya no siento nada por ti?"

Sicofante,
me perforaste, tomaste el juego de cuchillos que uso para cocinar,
elegiste el más punzante,
y perforaste,
solo para tener un punto de inicio para seguir lastimando.

"¿No te das cuenta del asco que siento?"

Perforaste.

"¿No lo notas?"

Y con el cuchillo en medio de mi pecho, tiraste para abajo,
sangre,
lloré,
y expulsé, el dolor que acumulé dentro.

Aún sentada en el suelo, con mi voz quebrada,
las manos ensangrentadas,
y los muebles de la casa testigos de esta atrocidad,
no te detuviste,
seguiste,
perforando,
y tirando de mis venas, como a un títere.

Los restos que quedaron de mi persona,
los arrastraste con rapidez,
los escondiste en el armario,
y procuraste, sin terror, que el crimen quedara tapado.

Los restos que quedaron de mi persona,los arrastraste con rapidez,los escondiste en el armario,y procuraste, sin terror, que el crimen quedara tapado

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